domingo, julio 03, 2005

Cómo me convertí en un superhéroe

Está en medio del pasillo. Habitualmente, cuando se enciende la luz, cualquier otra de su especie huye para esconderse en cualquier escondrijo. Ésta no. Ésta se queda inmóvil. ¿Me estará desafiando? Debe estar acostumbrada a provocar el asco.

Debe pensar –si es que piensa- que al descubrimiento de su presencia le sigue inevitablemente un grito. Yo no grito. En el fondo casi me enternecen. Nunca he entendido la aversión que provocan. No las veo como si fueran el enemigo. En realidad, las veo como a víctimas.

Cuando alguna, seguramente por imprudencia, se pone al alcance de mi vista, las persigo con saña hasta arrinconarlas. Casi siempre ganan ellas. Son pequeñas y tienen la habilidad de encontrar siempre algún hueco en el que escabullirse.

Casi nunca las veo en la cocina, por más que dicen que es el lugar de la casa en el que prefieren anidar. Las veo en las escaleras, en el pasillo ... lejos de la comida.

A lo que iba: al descubrimiento del bicho y su posterior acoso y exterminación.

Nunca me han gustado los insecticidas y menos para este tipo de animales. Si es veneno para ellos, también lo será para nosotros. Prefiero métodos más rudimentarios, sistemas de caza tradicionales. Me gusta acabar con ellas de una en una.

En ocasiones no encuentran grieta en la que escamotearse. Entonces las acorralo. Cuando están sin salida levanto el pie y las aplasto con la suela del zapato. Me gusta oir el ruido de su caparazón chafado: “crahssssss”. Es un sonido compacto, definitivo. No deja lugar a la imaginación. La cucaracha ha sido eliminada.

Claro que esto solo se aplica a la cucaracha autóctona. Las consecuencias de la postguerra, el plan de estabilización y los subsiguientes planes de desarrollo parece que afectaron al desarrollo de estos entrañables animales que conviven silenciosamente con nosotros. Son pequeñas, rechonchas y negras.

La prosperidad nos ha traído una nueva especie que, señores, hay que tratar de usía. Unos ejemplares enormes, rojos como demonios y en muchos casos dotados de alas. Más de una vez he dado un rodeo para no cruzarme en su camino. Son cucarachas nucleares. Seguro que son fruto de una mutación provocada por los repetidos ensayos de bombas atómicas. Incluso pueden proceder de experimentos de guerra biológica, bacteriológica, química o cualquier otra guerra esdrújula.

Con ésas, confieso, no me atrevo a levantar la mano y mucho menos el pie. Las imagino con un lanzagranadas al hombro esperando el ataque del enemigo.

En esos casos creo que lo mejor es la convivencia pacífica. El uso de “cucal” está contraindicado. Seguro que son resistentes a cualquier tóxico. Además, los biólogos aseguran que la cucaracha resiste lo que le echen: desde una catástrofe estelar –garantizan que sobrevivieron a los dinosaurios- hasta un pisotón con unas “doc martens”. Para mí que el blindaje del papamóvil se inspiró en este tipo de bichos.

Mantuve este status quo hasta que un día me crucé con una de estas supercucarachas. Intenté eludirla, no por asco o miedo. Por respeto. Reconozco cuando me enfrento a un ser mejor dotado. Pero ella, sabedora de su superioridad empezó a seguirme. Llegué a caminar en zigzag, como si fuera el blanco de un ejercicio de tiro. Pero ella, tenaz, me seguía.

Hubo un momento en que pensé que a lo mejor tenía un complejo. Que era una cucaracha que se creía un perro, como Babe, el cerdito valiente. Acostumbrada a vivir entre humanos, ¿quién dice que no estaba convencida de ser una mascota? Casi tuve la tentación de adoptarla.

Digo casi, porque valoraba las ventajas de la cucaracha como mascota: no hay que sacarla a pasear; no maúlla cuando está en celo; no pierde pelo; no hay que ocuparse de su alimentación; no exige mimos; no te babea, no te araña ...

Francamente, el único inconveniente que podía aducir es que no era una mascota al uso como las boas constrictor, las iguanas o los caimanes que se han puesto de moda últimamente.

Claro que la gente siente asco por las cucarachas, pero ¿no dan repelús también los ratones o los hamster? A mí, personalmente, me repugnan los pájaros.

A lo que iba, cuando estaba a punto de ponerle un nombre –es el nombre el que da al animal la categoría de mascota- el bicho se puso frente a mí y en lugar de entonar un lastimoso gemido para despertar mi compasión, desplegó unas alas (élitros diría un cursi) que ni un airbus, oiga.

La muy traicionera se preparaba para el ataque. Ella era rápida –como todos los mutantes de comic- pero mi larga experiencia en la caza del ortóptero me ha dotado de ventajas competitivas. No sé cuantas veces ella se había enfrentado a un humano. Pero fue la última vez.
Después del crimen borré toda huella. Envolví los zapatos en una bolsa del supermercado y los deposité en un contenedor de esos que solicitan vestimenta para reciclar.

No creí tener la suficiente presencia de ánimo para librar esa batalla. Pero ahora me veo con fuerzas para romper hostilidades con las arañas peludas que han invadido la enredadera del jardín. Ahora yo soy el superhéroe de cómic.

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