sábado, enero 27, 2007

Requiem

Ayer por la tarde, como hago todos los viernes que las tareas profesionales y domésticas me lo permiten, me acerque a mi librería de cabecera. Sobre el cierre metálico una cartulina y en ella escrita con rotulador: "La librería La Máscara ha cerrado". Así que tengo un disgusto de no te menees.

Iba con mi lista de la compra, un par de Sciascias que no tengo y "Asfixia" de Palahniuk. Me volví, claro está con las manos vacías y una enorme tristeza.

Era la única librería de verdad que estaba en mi reducido circuíto urbano. Buscar otra me da una inmensa pereza, soy animal de costumbres. Y me niego rotundamente a usar macrotiendas en las que los libros se ofrecen como sacos de patatas. Me niego a comprar a alguien que le da lo mismo vender libros que calcetines. Me quedan pocas opciones, igual me da por la compra por internet.

En fin, que estoy estupefacta, sin saber qué hacer.

domingo, enero 14, 2007

Mitomanía (X): Burt Lancaster

Si hay algo que le haga reconocible es su sonrisa. Amplia y luminosa, le convertía en un foco de atracción en la pantalla. Si hubo un actor capaz de afrontar cualquier papel, Burt Lancaster a su servicio.

Un acróbata que sacó partido de un físico portentoso. Ahí quedan dos de las mejores pelis de aventuras: “El temible burlón” y “El halcón y la flecha”. Pocos actores podían permitirse el embutirse en aquellas mallas imposibles y no quedar ridículos. Burt estaba espectacular. Y esa mítica sonrisa le permitía acometer comedias con enorme solvencia.

Pero su debut fue en puro cine negro, “Forajidos” junto a Ava Gardner, para quien también era su primera película. Una obra arriesgada para mediados de la década de los 40 que marcaría estilo.

Su presencia resultaba imprescindible en películas del Oeste. En “Veracruz” plantaba cara y ganaba la partida a un crepuscular Gary Cooper y aunque era el villano, era un villano encantador, cuya muerte, sonriendo, me arrancó una lagrimilla.

Compartiría protagonismo con Kirk Douglas en uno de los episodios repetidamente llevados al cine, OK Corral, en “Duelo de Titanes” y sería un indio rebelde en “Apache”. El Oeste de la frontera también será escenario de otras películas con su presencia: “Los que no perdonan”, “Los profesionales”, “La batalla de las colinas de whisky”, “Que viene Váldez” o “La venganza de Ulzana”

Su pasado militar le favorecía la prestancia de su figura vestida de uniforme. En “De aquí a la eternidad” interpreta una de las escenas de sexo más recatadas –a los ojos del espectador actual- y al mismo tiempo más tórridas, junto a la gélida Deborah Kerr. Un papel que le valió su primera nominación al Oscar.

En “El hombre de Alcatraz” emociona en su papel de preso amante de los pájaros, en otra interpretación memorable que le volvería a entrar en las quinielas de la Academia.

La madurez no le resta un gramo de atractivo. Con 55 años protagoniza “El nadador”, donde exhibe una poderosa y deslumbrante presencia física.

Al contrario que otras estrellas de Hollywood, Lancaster atendía las llamadas de los directores europeos que le brindaron algunos de los papeles que permanecen en la memoria: El príncipe de Salina, el paradigma del aristócrata que debe afrontar la llegada de nuevos tiempos. Este título abrió una fructífera colaboración con Visconti y otros cineastas italianos, como Bertolucci. Películas que como “Confidencias” o “Novecento” descubrieron a un Lancaster de infinita elegancia y solvencia interpretativa.

La madurez aumenta su atractivo. El saltimbanqui es un actor que llena la pantalla aunque aparezca en una esquina. Nadie puede dudar que una jovencísima Susan Sarandon se enamore de un Lancaster crepuscular en “Atlantic City”, que le lleva a la cuarta nominación. Obtendría la estatuilla como mejor actor por “El fuego y la palabra”.

Sin embargo, una de las películas casi desconocidas que yo siempre tengo en la memoria es “El tren”, la odisea de un maquinista que, ante la inminente caída del Reich, trata de que los tesoros artísticos de París no salgan de Francia. El mismo año, 1961, interpreta a un digno militar alemán juzgado en “Vendedores y vencidos”.

Sus últimos años aceptó papeles en miniseries. Murió en 1994 y nos dejó un magnífico legado … y su sonrisa.

viernes, enero 05, 2007

Si vas ciego ...

Leo hoy en El País que un hombre ha muerto en un accidente de tráfico. Algo a lo que ya estamos habituados. Pero es que la noticia tiene su miga. Un minuto antes de las 6 de la mañana se produce el accidente entre dos vehículos que circulan en el mismo sentido. Uno de ellos es un Ferrari y el otro un Porsche. La afirmación que voy a hacer es gratuita, ya lo sé. Probablemente a esas horas ambos se dirigían a su lugar de trabajo, en uno de los miles de invernaderos de El Ejido, término municipal donde se produjo la tragedia. Pero voy a arriesgarme y aventuraré que volvían de juerga.

¿Un accidente cuando ambos circulan en el mismo sentido? Sólo se me ocurre un alcance -ya se sabe que a esas horas las carreteras de Almería están colapsadas por los miles de camiones que transportan pimientos tratados con plaguicidas prohibidos- o, válgame el cielo, alguna maniobra temeraria.

El conductor del Ferrari, el padre Enzo lo tenga en su gloria, ha fallecido en el accidente. Como cualquiera podría imaginar, debía ser bien un acaudalado empresario del plástico que a su avanzada edad se había permitido el capricho de la máquina del caballito rampante, o sería un futbolista. Pero, coño, si fuera un futbolista ya lo diría la noticia, y no. Y además los dos equipos de fútbol de Almería de los que tengo noticia están en segunda y me temo que los salarios de la categoría de plata no dan para tales dispendios.

Sigo leyendo y descarto la primera posibilidad. El finado tenía 40 años. ¿Qué empleo tenía el payo para tener un Ferrari a esa edad?

Pero las incógnitas aumentan. Los pasajeros del otro vehículo -recuérdese, un Porsche- ¡tenían 27 y 28 años!

De verdad, me gustaría saber la procedencia de los ingresos de ambos conductores, así como los resultados de los análisis toxicológicos de todos los implicados.

Y todo esto me hace recordar un chiste que oí hace años creo que a Eugenio. Un fulano baja un puerto al volante de su Ferrari cuando un Porsche le adelanta. El del Ferrari se pica y ambos se enzarzan en una carrera suicida. El del Ferrari acaba cayendo por una ladera, el coche destrozado y él encima de un árbol hecho un guiñapo.

Cuando despierta en el hospital está excitadísimo. No hace más que que preguntar: "¿Y mi Ferrari? ¿Y mi Ferrari?" Al final le confiesan que el coche es siniestro total, que se alegre, que está vivo y se va a recuperar ... pero, dice el médico, "el traumatismo ha sido brutal y no hemos tenido más remedio que amputarle el brazo izquierdo". A lo que el herido responde gimoteando: "Mi Rólex, mi Rólex!!!"

miércoles, enero 03, 2007

Manolito ya tiene parque donde jugar

Me acabo de enterar –estoy en el mundo porquetienequehaberdetó- de que la Junta de Distrito de Carabanchel ha decidido dar el nombre de Manolito Gafotas a un nuevo parque.

Pues me parece requetebién, que ya era hora de que los personajes literarios tengan sus espacios públicos. Seguro que ese bautizo no molesta a nadie. En primer lugar, porque no es un político ni un militar, que ya se sabe qué pasa con esas cosas. Para continuar porque da nombre a un parque, que es dónde deberían jugar los niños. Además, el parque está en Carabanchel, cómo debe ser, en el barrio del propio homenajeado.

Pero, por lo que leo, que los vecinos de Carabanchel hayan sido agraciados con el parque no ha sido un camino de rosas, ya que la Junta Municipal de Distrito -¡ay! estos chicos del PP tan iletrados- preferían un nombre con más resonancias castrenses o pijas, según se mire: Caballerizas, como si en Carabanchel habitaran ricos hacendados tipo Scarlett O’Hara que dedican sus largas horas de ocio a cabalgar por sus propiedades o pasean en calesas tiradas por dóciles corceles.

La cuestión es que Manolito tiene parque, que es de lo que se trataba. Ahora a ver si cunde el ejemplo y en lugar de dedicar espacios públicos a prebostes sin ningún calado popular, empezamos a dar nombre a las calles con el nombre de aquellos personajes que llenan nuestra vida, sean Manolito o David el gnomo, pongo por caso.

A mi me encantaría una playa que se llamara John Silver o una biblioteca que recordara a Joe March.

Me temo que, donde vivo, solo se les ocurriría algo como Paquito el Chocolatero.