sábado, abril 24, 2010

LBJ (2)


La década de los 60 fue de una desconocida prosperidad económica en Estados Unidos. Prácticamente había pleno empleo y los sueldos eran buenos. Las familias podían acceder a casas en propiedad y adquirían coches. Hollywood retrató ese ambiente en multitud de películas: una madre monísima con un delantal impoluto preparando tartas en una cocina de ensueño; unos niños repipis y con el punto justo de travesura y un padre encantador que se pasaba el fin de semana segando el césped.

Parece mentira que en un entorno así resultara que los 60 fueran una década plagada de convulsiones sociales. Por una parte estaba el movimiento pro derechos civiles que en sí no inducía a la violencia, pero sí su represión y la reacción de los sectores contrarios a que los negros tuvieran derechos. Pero de ello ya se ha hablado en este blog.

La otra gran causa de violencia en las calles fue Vietnam. La participación norteamericana en el conflicto de Indochina se remonta al mandato de Eisenhower. El ejército norteamericano mantenía asesores militares y personal de mantenimiento, pero en principio no participaban en los combates. Fue JFK quien intervino política y militarmente en el país, propiciando un golpe de Estado que puso a la cabeza del país a un títere, Nguyen Van Thieu.

Cuando LBJ accedió a la presidencia se encontró con un conflicto bélico heredado y, tal y como evolucionó, difícil de sacarse de las manos, aunque personalmente estaba en contra. La guerra fue utilizada, además, como argumento electoral tanto por republicanos como demócratas, como una extensión de la guerra fría. Vietnam se había convertido en un campo de batalla entre comunistas y capitalistas. Un campo de batalla en el cual quien menos tenía que decir era la población: sin un ejército estructurado y entrenado y ayuno de armamento, incapaz de hacer frente al ejército del norte y a la guerrilla, cada vez más numerosa.

En 1967 Johnson estaba preso de una guerra que nunca le gustó: “En ocasiones –dijo ante el Congreso- nos vemos compelidos a escoger un gran mal para prevenir otro mayor. Ojalá pudiera informarles de que el conflicto bélico está próximo a acabar. No puedo hacerlo. Hemos de hacer frente a más gastos, más pérdidas de vidas humanas y más angustia, porque el fin todavía no ha llegado”.

Es más que conocido el malestar creciente de la sociedad americana ante la guerra de Vietnam. Hay que recordar que todavía existía el servicio militar obligatorio, de forma que cualquier joven podía ser enviado a la otra punta del mundo a combatir con enemigos invisibles por una causa que desde luego no entendían.

Los medios de comunicación americanos tampoco fueron generosos con la participación de su país en Vietnam. La información sobre excesos cometidos por las tropas americanas – tampoco existía la férrea censura actual que impide la difusión de imágenes particularmente incómodas- unida a las continuas bajas, las muertes de civiles, los heridos y el regreso de jóvenes atrapados en el mundo de las drogas –el opio era uno de los más importantes recursos económicos vietnamitas- no contribuyó a aumentar apoyos.

Las acciones en protesta por la guerra de Vietnam se extendieron por todo el país. Los jóvenes veían su futuro truncado, muchos huían a Canadá para eludir sus obligaciones militares. Los campus universitarios se convirtieron en campos de batalla.

En 1967, Nixon publicó un artículo en el que afirmaba que Estados Unidos en sólo tres años había pasado de vivir la década de mayor progreso social a ser uno de los países más violentos. Aseguraba que esto se debía a la falta de autoridad y a la ausencia de respeto por la ley.

Acusaba a la administración Johnson de permisividad hacia los “partidarios de una causa concreta” y tolerancia hacia el crimen. Concretamente, Nixon no se cortó un duro en señalar a los negros como origen del aumento de la criminalidad, asegurando que existía una “cierta simpatía respecto de las injusticias que habían sufrido en el pasado los que ahora son criminales”.

El argumento de ley y orden de los republicanos fue decisivo en la campaña que llevó a Nixon al poder. Un argumento que se reforzó con la intención manifestada por el candidato demócrata McGovern, de retirar las tropas de Vietnam y que fue contestada por los republicanos como una muestra de debilidad frente al enemigo comunista.

miércoles, abril 14, 2010

Milan

Estoy en Milán. Reventada. Un auténtico tour de force para mi maltrecha pierna, pero ha aguantado como una campeona.
A la vuelta seguiré con LBJ.
De momento, esto parece la alfombra roja de los Oscar, con tanto diseñador divino. Phillipe Stark, los Campana, Urquiola ...

domingo, abril 04, 2010

LBJ (1)


Tres son los aspectos más notorios del mandado de Johnson: la guerra de Vietnam, la lucha por los derechos civiles y la carrera espacial. Los tres los heredó de su antecesor, JFK.

Lyndon Johnson, como todo el mundo sabe, accedió a la presidencia de Estados Unidos tras el asesinato de JFK y posteriormente ganó las elecciones de 1964. La imagen que nos ha trasmitido Hollywood y las televisiones es la de un patán texano, ataviado con sombrero y botas de montar. Sin embargo, ha sido, probablemente, el presidente que más ha hecho por la igualdad social en los Estados Unidos desde la segunda guerra mundial hasta el presente.

La década de los 60 fue la de la gran lucha contra la discriminación racial. En 1954 el Tribunal Supremo había abolido las leyes de segregación racial, abolición que afectó fundamentalmente a la segregación realizada desde los propios estados. Esto afectó, por ejemplo, a la escolarización.

Sin embargo, el movimiento segregacionista sureño no hizo mucho caso. El KKK campaba a sus anchas y las amenazas, palizas y asesinatos quedaban impunes. Hasta 1955 en el que la víctima, un adolescente de Chicago, fue apaleado, disparado y arrojado a un río en el estado de Mississippi.

Las fotografías del cadáver se difundieron ampliamente por todo el país. Los asesinos, dos blancos, fueron juzgados y declarados inocentes. La decisión del jurado provocó una oleada de ira en el norte y la reactivación del movimiento a favor de los derechos civiles.

Sólo un año más tarde se produjo el caso Rosa Parks, el del autobús, que concluyó con la abolición de la ley de segregación en el transporte público.

Hay que señalar que el sur en aquellos días estaba en manos de los demócratas y hasta el propio gobernador de Arkansas impidió a estudiantes negros acudir a clase en un colegio para blancos, una vez prohibida la segregación. Hasta el republicano presidente Eisenhower tuvo que mandar a los paracaidistas para hacer cumplir la ley.

El ambiente lejos de normalizarse se caldeó. En Mississippi una treintena de agentes federales resultaron heridos de bala en 1962 cuando protegían a un estudiante negro que hizo valer su derecho a acudir a la universidad.

La situación ya no era que los blancos quedaban impunes de sus crímenes; es que las fuerzas del orden atacaban a los negros con una violencia inusitada cuando reivindicaban sus derechos. Las imágenes de niños atacados por perros azuzados por los propios agentes de le ley o derribados con agua de las mangueras de los bomberos indignaron aun más a la población del norte.
Pero la gota que colmó el vaso fue el asesinato en 1964 de Michael Schwerner, Andrew Goodman y James Chaney, hecho ampliamente conocido especialmente por la película “Arde Mississippi”.

Esta era la situación racial que se encontró Lyndon Johnson cuando ganó las elecciones en 1964. Y esto fue lo que declaró un año más tarde.

“Como hombre de profundas raíces sureñas que soy, sé cuan crueles resultan los prejuicios racistas. Sé cuan difícil es cambiar las actitudes y la estructura de nuestra sociedad. Sin embargo, ha pasado un siglo desde que los negros fueron declarados libres y, a día de hoy, aún no lo son plenamente (…) Ha pasado un siglo desde que les fue prometida la igualdad y todavía los negros no son iguales. Ha pasado un siglo desde el día en que se hizo esa promesa y la promesa no se ha cumplido. Ha llegado, pues, la hora de la justicia”.

El discurso lo pronunció al presentar la Ley de Derechos Electorales, la ley que garantizaría el derecho a voto de los negros.