sábado, marzo 19, 2011

Relecturas y críticas

Continuo con mi costumbre de releer, costumbre alentada por la indigencia editorial que nos invade. Desde que empezó el año he comprado dos libros: lo último de Coetzee y una aventura más de Wilt.

“Verano” de Coetzee no defrauda, pero Tom Sharpe ya no es el que era.

Pero a lo que íbamos, lo de releer. Después de zamparme todo lo que habita mis estanterías firmado por Gerald Durrell y recuperar a Manuel Puig, pensé en dar un giro a mis lecturas y no se me ocurrió nada mejor que emprenderla con …. (redoble de tambores, porque esto es para no creérselo) “1.080 recetas de cocina” de Simone Ortega.

Pellízquense si quieren, pero cierto como que hoy es el Día del Padre y hasta aquí, en medio de los huertos de naranjos, llega el sonido de los petardos, que el diablo los lleve.

Pues decía que me apalanqué el célebre libro de recetas. Es el tercer -o cuarto, ya no recuerdo- ejemplar que tengo. El uso de sus predecesores les hizo inservibles con los años: hojas sueltas, lamparones de grasa o salsa de tomate … en fin, que habían cumplido su labor.

Este último ejemplar, por el contrario, ha sido especialmente editado al cumplirse los 40 ó 50 años, ahora no recuerdo, de su primera edición: tapas duras, hojas cosidas en lugar de pegadas, papel de calidad, sobrecubierta de plástico transparente … un lujo, vamos.

Con Simone Ortega muchas mujeres y algún hombre de mi generación aprendieron los rudimentos culinarios. Confieso que ahora ya lo uso poco, motivo por el cual el ejemplar actual está impoluto.

Regresemos al objeto de este post, que me desvío. Lo dicho, decidí releerlo, tras lo cual no me queda más remedio que aconsejar a Alianza Editorial que, pordios, le hagan una revisión a fondo.

Me explico, Simone Ortega era, creo recordar, de origen alsaciano, aunque nacida en España. De sus ancestros, digo yo, debe ser su absoluta predilección por la mantequilla. No hay receta que no incluya, como mínimo, 50 gramos de mantequilla. O bien quería acabar con los excedentes franceses.

Así que, dada la histeria anticolesterol que nos invade y para estar conforme a las recomendaciones de los galenos y nutricionistas, bien vendría sustituir esas ya no montañas, sino cordilleras de mantequilla por el más racial y sano aceite de oliva. Cuestión que, sin duda, agradecerá la industria olivarera española.

Pero la revisión editorial no debe quedarse ahí. Las recetas están todas calculadas para 6 personas, que venía a ser habitual en los hogares de los años 60, pero hoy me temo que ha descendido sensiblemente. Así que, siendo generosos, las cantidades que indica hay que dividirlas por dos. Eso sin tener en cuenta que las comidas copiosas que antes se trasegaban también han sufrido un virulento retoque.

Hay recetas que son realmente curiosas. En una de ellas explica que se necesitan “759 gramos de garbanzos”. Ni 750 ni 760. Exactamente 759 gramos de garbanzos que, digo yo, si te pasas con un gabriel se estropea la receta. Pero no contenta con esta exactitud, Ortega nos indica entre paréntesis: “resto de cocido”.

¡Resto de cocido! Pues debía de ser el cocido de las bodas de Camacho. No le encuentro otra explicación.

Hay bastantes más detalles, como aquel que señala que hay que cubrir la masa “con algo grueso” para indicar a continuación: “por ejemplo, un paño fino o lo que se tenga a mano”. Una suegra o algo así, añado yo.

En fin, que me estoy convirtiendo en una crítica de libros de cocina. No sé si dejar esta nueva afición o cambiar a la crítica de labores de punto.