miércoles, agosto 26, 2009

Conocí a vuestra madre en un Big Bang

En esta larga convalecencia, debo confesar, me he sentido incapaz de varias cosas. Una de ellas, leer algo medianamente inteligente. Esto tiene una cierta explicación: me gusta elegir yo misma los libros y dado que eso es, de momento, imposible, me limito a amontonar los que me prestan sin haberlo solicitado. La gente es muy amable, agradezco el detalle, y tras una breve ojeada, los descarto.

Se da la circunstancia de que me resulta imposible subir escaleras y mis libros están tres tramos de escalera por encima de la habitación que ocupo. Encargar a alguien que busque en mis estanterías con su peculiar sistema de catalogación es una tarea inútil.

Así que me limito, lo admito, a ver la tele.

Sorprendentemente, entre tanto cambio de canal como soy capaz de hacer y las pilas del mando a alimentar, he descubierto dos series realmente notables. Una tiene el sugerente título de "Cómo conocí a vuestra madre". Cada capítulo empieza con una conversación que el protagonista de la serie, Ted, tiene con sus hijos que aparentan en torno a los 20 años, cuando corre el año 2030.

A continuación llega la serie en sí, en la que se narran las peripecias de cinco jóvenes profesionales que viven en NY. Pero no es Friends, que conste. Los guiones son más originales y más frescos y los personajes son deliciosos. Desde la pareja de novios -y luego matrimonio- formada por Marshall y Lily, hasta el arrogante y odioso Barnie, pasando, por supuesto, por el propio Ted.

Cada capítulo dura en torno a 20 minutos y es una historia cerrada, por lo que no es preciso seguir paso a paso la acción. Cada episodio es magnífico.

La otra joya es "La teoría del Big Bang". El argumento gira en torno a la vida de cuatro lumbreras: tres doctores en física y un ingeniero industrial. Todo ellos extremadamente brillantes. Gozan de un intelecto privilegiado, son capaces de diseñar piezas para la estación espacial internacional o contribuir a las más avanzadas teorías físicas. Pero tienen un serio problema en las relaciones sociales.

Todo esto se pone de evidencia cuando al otro lado del rellano va a vivir una rubia camarera, encantadora, pero que no dispone de estudios superiores, pero sabe resolver cualquier problema cotidiano.

Sheldon es la estrella. Tiene todos los síntomas de padecer el Síndrome de Asperger. Resulta abolutamente insufrible, irritante y, sin embargo, a veces enternecedor. Es generoso, pero necesita que todo se haga según sus incomprensibles reglas. Todo está procedimentado. Jim Parsons, el acto que encarna a este extravagante personaje, ganó un Emmy por su papel este mismo año.

Su compañero de piso, Leonard, es la principal víctima de sus continuos despropósitos y caprichos. Paciente y comprensivo, a veces se toma divertidas venganzas que más bien son descansos de convivencia.

Otros dos genios, y Penny la vecina, completan el reparto de una de las comedias más descacharrantes que se pueden ver en la tele. Sólo en digital, aunque creo que Antena 3 pasa alguna vez capítulos de Big Bang.


viernes, agosto 21, 2009

El ABC ya no es lo que era

El diario conservador ABC ya no es lo que era. De la moderación en letra impresa ha pasado a cotas de insalubridad propias de Tele 5.

El ABC difundió la identidad del donante de cara para el trasplante que se ha realizado en Valencia, a pesar de que la Ley de Trasplantes prohibe expresamente proporcionar o difundir dicha información. Cierto es que alguien metió la pata cuando se dejó seducir por las preguntas de los plumillas y dió datos como la edad, la nacionalidad y la causa del fallecimiento.

Con esos datos era bastante fácil identificar al donante, pero una cosa es tener la posibilidad de identificar, otra identificar y otra difundir la identidad. Pues el ABC, con dos cojones y siete botijos, lo hizo.

Luego vino el cabreo de las autoridades sanitarias y del cirujano, aunque deberían reconocer su parte de culpa. Pero lo que ya resulta aberrante es el tratamiento que el ABC da al susodicho enfado. Reproduzco parte del artículo firmado por una tal Érika Montañés, a la que supongo becaria ambiciosilla capaz de cualquier quebrantamiento de ética por un quítame aquí estas pajas:

"El consejero valenciano de Sanidad, por su parte, ha negado la posibilidad de que la información haya salido de las vísceras de su departamento, puesto que sólo se comunicó vía nota de prensa la edad y causa del fallecimiento del donante, algo que «se hace siempre».

Y la criatura se creerá ingeniosa y todo.
Que asquito.

miércoles, agosto 05, 2009

Obsesión publicitaria coprófila

Este largo periodo de inactividad –física y mental, porque no estoy para nada- está desembocando en una peligrosa adicción a la que deberé poner coto. Es, ni más ni menos, enchufarme los programas matinales de televisión.

Sin embargo, hay algunos aspectos que escapan a la propia programación televisiva y que no son otros que los intermedios publicitarios. No sé porque hablo de intermedios publicitarios cuando, en realidad, los intermedios son los programas.

En fin, a lo que iba, a los anuncios.

Primera conclusión: tanto los laboratorios farmacéuticos como las empresas de lácteos están preocupadísimos por nuestra salud intestinal. Hay bloques de anuncios donde, sin exagerar, el 80% de los spots nos inducen a consumir determinados preparados que sirven unos para evitar el estreñimiento –los hay que dicen solucionar el problema en 14 días … a ver quien está dos semanas de atasco, acaba en urgencias- y los hay para lo contrario.

Es decir, que si te pasa de bifidus, te tomas unas pastillas para evitar la diarrea. El anuncio más duro es el de la turista de viaje organizado que tiene que recurrir a un enema.

Esta fijación coprófila de nuestros anunciantes se extiende también a la generación de gases y su capacidad de provocar situaciones incómodas que afectan a los sentidos del oído y el olfato. Situaciones que provocan una especie de amnesia efímera en la que nadie admite oir u oler nada.