jueves, agosto 19, 2010

Sistema métrico decimal

Un sistema de medidas universal contribuye al avance de las civilizaciones. Facilita el comercio, delimita las propiedades, determina distancias y nos proporciona información imprescindible para todas las labores humanas.

No hay trabajo que no use las medidas. La falta de uniformidad en los patrones métricos desconcierta. Porque, a ver, ¿a cuántos kilómetros por hora equivalen 60 millas? Es absolutamente necesario saberlo para que no te endilguen una multa o una noche en la cárcel del pueblo en determinados países.

No hay nada más desconcertante que leas en un luminoso callejero que la temperatura es de 38 grados y que estés tiritando de frío. Y ni te cuento si vas a repostar y marcas 40 en el surtidor para ver como la gasolina se desparrama por el suelo, si estás en un país que miden en galones en lugar de litros.

En algunos casos la conversión es fácil, no exacta, pero te da una idea: una libra es algo menos de medio kilo o un galón vienen a ser unos cuatro litros. Pero hay otros patrones más difíciles de traducir, como los dichosos grados Fahrenheit y no digamos ya las medidas de superficie. ¿A cuánto equivale un acre?

Los anglosajones, tan suyos ellos, cuando se estableció un patrón común de medida en 1889, decidieron ir por libre. Cuando el resto del mundo de forma paulatina adoptó el sistema métrico decimal se dio un impulso definitivo a la normalización. Las nuevas medidas desplazaron a varas, codos, leguas, fanegas, onzas y toda suerte de convención métrica.

Esta universalización de las medidas fomentó el comercio, la investigación científica, los trabajos de ingeniería y, en fin, facilitó las relaciones de personas, empresas y países.

La universalización de las medidas ha llegado hasta el dinero. No veas lo que facilita los viajes el euro; la cantidad de inconvenientes y trámites que han desaparecido gracias al euro. Ya no hay que cambiar moneda antes de viajar ni hacer complicados cálculos para saber si un artículo es caro o no y, desde luego, no pierdes luego al cambiar el sobrante ni se queda olvidado el cambio en cualquier bolsillo.

Nos parece, pues, que un sistema de medida común es una buena cosa. Sin embargo, esta aseveración no parece que la compartan los nuevos valores del periodismo televisivo.

Debe ser cosa de sustitutos y becarios, pero en lo que llevamos de mes de agosto, los informativos se han plagado de un nuevo sistema de medida: el campo de fútbol.

¿Se ha producido un incendio forestal? Pues la superficie quemada asciende a 300 campos de fútbol. ¿Lluvias torrenciales? La superficie anegada equivale a 10.000 campos de fútbol. ¿Se está construyendo una presa? Pues la superficie de regadío superará los 100.000 campos de fútbol.

No sé si son secuelas del Mundial, si es afán de darle un toque deportivo y populachero, pero a este paso habrá que hacer un nuevo patrón de medidas. Y es una gilipollez, porque como todo el mundo sabe, las medidas de un campo de fútbol se ajustan al sistema anglosajón, es decir, se mide en yardas.

Me temo que a este paso acabaremos circulando por la izquierda.

martes, agosto 17, 2010

Pepiño

Menos mal que a Pepiño le han recortado el presupuesto de Fomento. Menos mal, porque si tuviera los recursos íntegros, el tráfico por las carreteras nacionales se parecería al de los años 60, cuando los españolitos accedieron al seiscientos y se lanzaban como locos por aquellos caminos intransitables denominados carreteras nacionales.

Aquellas carreteras nacionales, hoy flamantes autovías, cuando no onerosas autopistas de peaje, solían ser objeto de reparaciones justo durante los meses de julio o agosto. A lo mejor dichas obras tenían lugar todo el año, pero el entonces súbdito sólo las veía en estío, cuando se iba de veraneo.

- ¿Ves, Mariano? El ministerio de Obras Públicas está arreglando la carretera. Es que no sabes más que quejarte.

Y así, con tráfico lento o directamente parado, se pasaban las horas hasta llegar al pueblo o, los más pudientes, a las playas de Benidorm, Torremolinos o Guardamar del Segura.

Los dos carriles, se veían reducidos a uno por obras de reparcheo, rebacheo o recuperar el asfalto perdido por mor de la naturaleza invasora. Un propio daba paso ora a estos, ora a aquellos. Y parecía que siempre le caían mejor aquellos, porque los parones siempre parecían más largos a nosotros.

Se atravesaban pueblos y ciudades y, en algunas de ellas, casi se buscaba un lugar donde pernoctar, de lo que se tardaba. El pueblo de Torres Torres en Castellón era inolvidable. Había un embudo molecular –accesible sólo a moléculas- al lado de la iglesia y en alguna ocasión –teniendo en cuenta que sólo tenía capacidad para un vehículo- se quedaba atascado un camión. Hablo de la carretera nacional 231, hoy A-23.

La AP-7, por ejemplo, moría abruptamente en Puzol y cuando llegabas a Valencia conocías el semáforo de Europa, así denominado porque uno podía salir desde Helsinki con destino a Jávea y el primer semáforo con el que se encontraba era precisamente ése.

La autopista, de peaje, hoy llamada del Mediterráneo, volvía a desaparecer entre Xeresa y Ondara. O lo que es lo mismo, justo antes de Gandía y hasta Denia. Eso obligaba a la dichosa travesía de localidades tan poco concurridas en verano como la citada Gandía u Oliva. Por cierto, la AP-7 terminaba en Alicante y de ahí a Murcia, carretera nacional de doble sentido.

A lo que iba, que ya está bien de digresión. A Pepiño le han recortado el presupuesto y parece que lo que le ha quedado me ha caído de lleno. Hace unos días viajamos por la A-1 para ir al pueblo de mi padre. Era un rodeo, pero así nos evitábamos unos 100 km. de carreteras secundarias dejadas de la mano de la Junta de Castilla-León y sus innumerables diputaciones.

Pero Pepiño nos aguardaba con obras entre Aranda de Duero y Burgos. Aquí levanto un trozo de autovía; aquí cambio los guardarrailes; un poco más allá mando pintar; acullá se me ocurre de retocar el arcén … Total, que cada pocos kilómetros los que subían y los que bajaban tenían que compartir vía.

Una vez dejamos Burgos, la cosa empezó a entonarse en la A-231 y llegamos a destino sin más problema.

De regreso pensamos que mejor optábamos por otro camino alternativo a la A-1, de modo que volvimos a optar por dar un rodeo de unos 65 km. para no dejar de transitar por autovía. Maniáticos que somos.

Así que retomamos la A-231 hasta León para allí enlazar con la A-66 en Benavente. Pues si la A-231 se había portado como una campeona a la idea, en el nuevo itinerario decidió que nos íbamos a enterar. Nos íbamos a enterar de que se están realizando las obras del tren de alta velocidad ¡Palencia-León!

De modo que la autovía, de nuevo, se convirtió en carretera de dos sentidos cada vez que nos cruzábamos con un puente ferroviario. Y aseguro que son muchos. No sé si son necesarios, ya que teóricamente la vía del tren y la autovía van al mismo sitio y, por tanto, podrían ir paralelas. O de nuevo nos ha tocado el ingeniero becario o una constructora se está poniendo las botas. Eso al margen de si es necesario un tren de alta velocidad entre Palencia y León y no sería más adecuado un servicio regional decente, con buenos trenes, frecuencias adecuadas y rapidez.

En fin, una vez en León accedimos a la A-66 y en Benavente a la A-6 hasta Madrid. Pero la cosa no mejoró. No mejoró en absoluto. De nuevo tropezamos con obras y más obras: ampliaciones de carriles –no acabo de comprender porque cuando se amplía la plataforma te quitan un carril-, nuevas variantes, reparaciones … incluso en la AP-6, es decir, en el tramo de peaje, transitamos unos 20 km. por un solo carril, 20 km. que, por supuesto, no fueron descontados de la tarifa. Aunque en menor medida, las obras tampoco nos abandonaron en la A-3, pero fueron más llevaderas.

En resumen. Hicimos unos 1.400 km por autovía y calculo que en más de 400 tropezamos con obras. Menos mal que le han recortado el presupuesto.