sábado, julio 19, 2008

A la chita callando

Pues eso, que sin grandes alharacas y en un ambiente tan caínita como el valenciano, resulta que llevamos un año de reconocimientos internacionales en los ámbitos del diseño y de la arquitectura como no se había producido nunca.

Wallpaper, una de las revistas gurú de este mundo, distinguía hace unos meses a tres fabricantes de muebles valencianos: Andreu World, Gandía Blasco y Punt Mobles. Merecidamente, muy merecidamente.

Aunque parezca que el diseño de producto reside en Barcelona, hay empresas en la Comunidad Valenciana que llevan ya décadas marcando el rumbo y estas tres son buena muestra de ello. Andreu celebró el año pasado nada menos que 50 años de existencia, por supuesto que hace medio siglo no se parecía mucho a lo que es hoy, pero Andreu como Punt y Gandía han dado un giro a su producción, a su concepto de empresa cuanto menos tan sorprendente como exitoso.

Gandía, hasta hace unos 20 años, era fabricante textil en Ontinyent. Cuando la firma pasó a manos de los herederos le dieron un cambio paulatino, pero no por ello menos radical. Empezaron a producir alfombras diseñadas por Marisa Gallent, Sandra Figuerola o Lina Vila. Alfombras de algodón estampadas en colores vivos o de sisal. Unos pocos años más tarde empezó la producción de muebles de exterior, para lo que contó con profesionales como Francesc Rifé.

Punt, Premio Nacional de Diseño, también cumplió recientemente 25 años. Algunas de sus piezas son ya clásicos contemporáneos, como la librería “Literatura”. Ha iniciado la colaboración con otras empresas para producir productos más allá del mobiliario, como son los lavamanos “boeing” y ahora con el gigante Tau en la producción de muebles de exterior con cubierta de porcelánico.

Tras el megapremio que supone la triple distinción de Wallpaper, llegó el Premio a la Excelencia Empresarial Príncipe Felipe en su categoría de diseño a la joven firma Viccarbe. Su producción, por ejemplo, equipa a la nueva terminal del aeropuerto de Zaragoza, el restaurante del Centro de Arte Reina Sofía o las tiendas de la firma italiana –que tiene tela la cosa- iGuzzini.

¿Esto es todo? Pues no, porque resulta que los chicos de Cul de Sac han obtenido un Compasso d’Oro por la colección de relojes que han creado para la empresa, también italiana, Lorenz.

Resulta que empresas y diseñadores españoles están trabajando para los glamourosos italianos. Ximo Roca está realizando proyectos para Zalf, del todopoderoso grupo Euromobil.

miércoles, julio 16, 2008

Para qué sirve una Expo


He estado en la Expo de Zaragoza. Es mi primera visita a un acontecimiento de estas características y fue por motivos de trabajo. Después de la experiencia estoy segura de algunas cosas, entre ellas, de la utilidad de una Expo.

Una Expo sirve para que el Inserso –o su equivalente- organice excursiones para tener entretenidos a los abuelos, especialmente a las abuelas.

Me explico. Uno está visitando el pabellón de España del que se ha dicho que es una maravilla arquitectónica. Y el contenido no está nada mal. Lo único que habría que visitarlo, de verdad, para enterarse, a las cuatro de la madrugada, cuando el edificio está libre de beneficiarios de los viajes baratos del Inserso.

Decía que uno está siguiendo la ruta marcada, se entera –o recuerda- las características físico-químicas del líquido elemento (que no sé por qué se le llama así, dado que no es un elemento, sino una molécula formada por dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno, o sea, dos elementos- y cuando llega, pongamos por caso, a la tensión superficial, medio centenar de señoras mayores armadas con bolsos y gorritos blancos regalo de una marca de cerveza, señoras que desconocen el concepto de cola, arremeten contra todo lo que se interpone en su camino.

Como no quieres tener un pifostio –que menudas son las abuelas en tropa- te retiras prudentemente hasta que pase la marabunta y puedas seguir con la visita. Vano intento, puesto que segundos después de que ellas hayan abandonado la sala para invadir la siguiente, aparece una nueva pandilla que se hace hueco a base de codazos y empujones. Hay que ver lo que da de sí un bolso bien manejado para abrir hueco.

Digo yo que son viudas, porque los grupos están formados, a ojo de buen cubero, por una proporción de 5 a 1, cinco mujeres por hombre. Ellos las siguen penosamente, testigos mudos y apáticos de tal despliegue de energía.

Las Expo también sirven para las visitas extraescolares y viajes de fin de curso. Los niños van todos con alguna prenda que les identifique, por lo general de color chillón.

Estos grupos son también peligrosos, pero quedan lejos de las añosas vándalas y alanas. Por lo general solo quieren cerveza gratis de la que un mozo reparte armado de un artilugio que se parece sospechosamente a un fumigador hortícola.

Las Expo también sirven –o servían- para que los arquitectos de renombre tengan una obra más en catálogo. Digo servían porque en la de Zaragoza la cosa queda un poco corta en comparación con Sevilla, que es la única con la que podría comparar.

Se supone que los pabellones deben tener algo que ver con el lema del evento, pero en realidad hacen lo que pueden. En Kazahstan te enseñan una yurta y en Polonia te ponen una peli que es como una versión en quince minutos de la sirenita.

En realidad aquello parece una mezcla de Fitur y el mercadito hippie de cualquier ciudad. Hay pabellones enteros que harían las delicias de Les Luthiers y su célebre Adelantado: están llenos de artesanías. Otros, con menos posibles, rellenan el espacio con carteles turísticos.

La Expo también se parece a un parque temático de restaurantes. Tenemos desde cocina tandoori hasta asado uruguayo. No dan abasto. En el de Alemania la cola es fenomenal, más o menos empiezas a hacerla a la hora del desayuno para conseguir mesa en la cena.

Si vas con prisa, como era mi caso, seguramente te perderás lo mejor, porque no puedes emplear dos horas como mínimo para visitar el pabellón de Japón. Y el de España, si no hubiera sido por el hispano tráfico de influencias, tampoco hubiera sido posible verlo.

Una Expo sirve para sufrir un calor aplastante mientras que deambulas kilómetros y kilómetros intentando entrar en algún pabellón que no esté saturado. Y lo jodido es que cuando no hay cola para entrar te da mala espina, piensas –generalmente con razón- que no merece la pena.

La Expo es lo más parecido a la feria de atracciones de las fiestas de verano, más grande, con más arquitectura, mucho más cara y sólo le falta la tómbola y la escopeta de balines para tirar al blanco.

Vale, el pabellón puente está bastante bien y aporta una información de lo más reveladora.

lunes, julio 07, 2008

Federer, diario de un mal año

Más allá del homérico triunfo de Nadal en Wimbledon, más allá de la euforia, no es mal momento para reflexionar sobre el que atraviesa el posiblemente mejor tenista de la historia.

Federer ha ganado esta temporada sólo dos títulos prestigiosos, pero menores: Estoril y Halle. Desde 2003 no había conocido una temporada tan aciaga. Cada año se adjudicaba 2 ó 3 grand slams y tiene en su poder una buena colección de master series.

Su trayectoria impecable hacía predecir que superaría sin problemas los récords de grand slams que ostenta Sampras (14) o de master series (18) de Agassi. Queda aplazado el sueño de ganar los cuatro grandes –como Agassi, también- y mucho más lejos el conseguir un Golden Grand Slam, como Laver en 1962.

De hecho, ésta era la temporada idónea para conseguir esas marcas y superarlas. Este Wimbledon debía tenerlo marcado en su calendario como el que le permitiría superar los cinco consecutivos en poder de Bjorn Borg. Ya no podrá conseguirlo, el año pasado igualó, pero ahí se ha quedado.

Le queda, eso sí, el US Open. Pero, sinceramente ¿estará preparado para no irse de vacío este año? Porque la actitud de Federer ha cambiado. Puede ser consecuencia de la enfermedad que le fue diagnosticada tras Australia, pero físicamente parece encontrarse recuperado.

Más bien parece sentirse desmotivado. Firmó un Roland Garros fantástico porque tenía un objetivo: ganar el grande que se le resiste. Federer ha hecho un Wimbledon de trámite. En la pista se sabe tan superior a sus contrarios que sin apretar el acelerador ganó todos sus partidos en tres sets.

Ante Nadal desplegó una energía que parecía haber reservado para ese momento. Ante Nadal regaló los golpes más increíbles del torneo y jugó a la antigua de saque y bolea cuando disponía del servicio. Fueron momentos mágicos –todo el partido fue mágico- en los que demostró que es el más grande.

Ante Nadal se motiva, gesticula, se da ánimos y grita, algo impensable ante cualquier otro rival.

Pero ante Nadal también le pasó algo. Un algo que debe estar relacionado con la humillante derrota de la final de París. Sí, Federer estaba motivado de jugar, por fin, con alguien que le planta cara, con un verdadero adversario, no con un sparring. Pero el recuerdo de París estaba muy cercano.

La seguridad de su servicio se vió quebrada en tres ocasiones en los dos primeros sets. Pudo haber perdido el partido en el tercero, cuando se vió con un 0-40 en contra y, como es habitual, recondujo el peligro con su eficaz servicio.

Tuvo en contra dos bolas de partido en el cuarto set que salvó más gracias a la ansiedad de Nadal que a sus propios aciertos.
Resistió hasta el decimoquinto juego del último set. Y resistió, pero no pudo con la convicción, la fé y el convencimiento de Nadal de que aquello, ganar Wimbledon, ganar a Federer en su jardín, era posible.

Y jugó bien., jugó bonito, jugó para enmarcar. Las boleas bajas que casi siempre entraban, derechas inapelables, saques inalcanzables … Jugó como no había jugado jamás en Wimbledon. Y perdió.

Algo ha cambiado en Federer y no para bien. Podría ser su entorno. Desde hace tiempo no tiene entrenador. Es compresible que entienda que poco tiene que aprender con el historial que presenta. Pero un entrenador es alguien que también te aconseja como encarar a un rival. Es alguien que te repite, como a los héroes romanos cuando regresaban victoriosos, que no olvide que es humano.

El entorno de Federer se ha llenado rápidamente de celebridades. De directoras de Vogue y cantantes de moda. De lujo solo para elegidos, de chaquetas con sus iniciales bordadas en oro, de vestuario deportivo que hasta a Gatsby le parecería el colmo del snobismo.

Federer está en las alturas, pero se ha quedado en las nubes. Y. francamente, no me gustaría verle en caída libre.

miércoles, julio 02, 2008

La maestra


Mi madre es una gran cocinera, pero su capacidad pedagógica usando como material didáctico las cazuelas era bajo 0. Cada vez que le preguntaba como se hacía tal o cual comida, ella contestaba, invariablemente, que no sabía explicarlo y que me fijara.

Como además tenía la costumbre de dejarnos solos a marido e hijos al menos un par de veces al año para pasar unos días en su casa natal, había que solventar el problema de mantenernos con vida mientras durara su ausencia.

Hablo de una época donde el congelado apenas sí existía, los precocinados y el microondas eran ciencia ficción y comer fuera de casa sólo se hacía en fechas muy señaladas, como bodas, bautizos y comuniones.

En plena adolescencia no me quedó más remedio que cocinar para cinco personas sin aprendizaje previo. Y ahí apareció mi otra madre, Simone Ortega, porque fué ella la que se hizo cargo de mi adiestramiento cocinero. Obligada por las circunstancias compré las famosas 1.080 recetas de cocina. Se convirtió en mi lectura de cabecera. Todas las noches –cuando mi madre disfrutaba con sus hermanos en las montañas cual Heidi- escrutaba el grueso volumen hasta encontrar una receta adecuada a nuestras necesidades y mi pericia.

Este aprendizaje, y sus consiguientes errores, que conste, me ayudaron posteriormente a fijarme como mi madre se movía en el fogón e ir apuntando mentalmente todo aquello que ella o bien se negaba a revelar o no sabía explicar.

Hoy día en mi cocina está el cuarto ejemplar de las 1.080 recetas de Simone Ortega. Los otros tres fueron muriendo por uso y abuso de los mismos, con páginas que se desprendían y se perdieron; papel manchado de cualquier sustancia comestible o préstamos que nunca se devolvieron.

Simone Ortega acaba de morir y es como si una antigua y buena maestra hubiera desaparecido. Esa maestra de escuela paciente que nos enseñaba a coger bien el lápiz, que hacia de cualquier materia una aventura apasionante. Una maestra que me hubiera enseñado a manejarme en la vida. Simone Ortega me hizo más independiente y autónoma y, encima, gracias a sus enseñanzas, entre mi familia y allegados tengo fama de ser buena cocinera. Muchos creen que es a través de mi madre, pero es gracias a Simone Ortega.