He estado en la Expo de Zaragoza. Es mi primera visita a un acontecimiento de estas características y fue por motivos de trabajo. Después de la experiencia estoy segura de algunas cosas, entre ellas, de la utilidad de una Expo.
Una Expo sirve para que el Inserso –o su equivalente- organice excursiones para tener entretenidos a los abuelos, especialmente a las abuelas.
Me explico. Uno está visitando el pabellón de España del que se ha dicho que es una maravilla arquitectónica. Y el contenido no está nada mal. Lo único que habría que visitarlo, de verdad, para enterarse, a las cuatro de la madrugada, cuando el edificio está libre de beneficiarios de los viajes baratos del Inserso.
Decía que uno está siguiendo la ruta marcada, se entera –o recuerda- las características físico-químicas del líquido elemento (que no sé por qué se le llama así, dado que no es un elemento, sino una molécula formada por dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno, o sea, dos elementos- y cuando llega, pongamos por caso, a la tensión superficial, medio centenar de señoras mayores armadas con bolsos y gorritos blancos regalo de una marca de cerveza, señoras que desconocen el concepto de cola, arremeten contra todo lo que se interpone en su camino.
Como no quieres tener un pifostio –que menudas son las abuelas en tropa- te retiras prudentemente hasta que pase la marabunta y puedas seguir con la visita. Vano intento, puesto que segundos después de que ellas hayan abandonado la sala para invadir la siguiente, aparece una nueva pandilla que se hace hueco a base de codazos y empujones. Hay que ver lo que da de sí un bolso bien manejado para abrir hueco.
Digo yo que son viudas, porque los grupos están formados, a ojo de buen cubero, por una proporción de 5 a 1, cinco mujeres por hombre. Ellos las siguen penosamente, testigos mudos y apáticos de tal despliegue de energía.
Las Expo también sirven para las visitas extraescolares y viajes de fin de curso. Los niños van todos con alguna prenda que les identifique, por lo general de color chillón.
Estos grupos son también peligrosos, pero quedan lejos de las añosas vándalas y alanas. Por lo general solo quieren cerveza gratis de la que un mozo reparte armado de un artilugio que se parece sospechosamente a un fumigador hortícola.
Las Expo también sirven –o servían- para que los arquitectos de renombre tengan una obra más en catálogo. Digo servían porque en la de Zaragoza la cosa queda un poco corta en comparación con Sevilla, que es la única con la que podría comparar.
Se supone que los pabellones deben tener algo que ver con el lema del evento, pero en realidad hacen lo que pueden. En Kazahstan te enseñan una yurta y en Polonia te ponen una peli que es como una versión en quince minutos de la sirenita.
En realidad aquello parece una mezcla de Fitur y el mercadito hippie de cualquier ciudad. Hay pabellones enteros que harían las delicias de Les Luthiers y su célebre Adelantado: están llenos de artesanías. Otros, con menos posibles, rellenan el espacio con carteles turísticos.
La Expo también se parece a un parque temático de restaurantes. Tenemos desde cocina tandoori hasta asado uruguayo. No dan abasto. En el de Alemania la cola es fenomenal, más o menos empiezas a hacerla a la hora del desayuno para conseguir mesa en la cena.
Si vas con prisa, como era mi caso, seguramente te perderás lo mejor, porque no puedes emplear dos horas como mínimo para visitar el pabellón de Japón. Y el de España, si no hubiera sido por el hispano tráfico de influencias, tampoco hubiera sido posible verlo.
Una Expo sirve para sufrir un calor aplastante mientras que deambulas kilómetros y kilómetros intentando entrar en algún pabellón que no esté saturado. Y lo jodido es que cuando no hay cola para entrar te da mala espina, piensas –generalmente con razón- que no merece la pena.
La Expo es lo más parecido a la feria de atracciones de las fiestas de verano, más grande, con más arquitectura, mucho más cara y sólo le falta la tómbola y la escopeta de balines para tirar al blanco.
Vale, el pabellón puente está bastante bien y aporta una información de lo más reveladora.
Una Expo sirve para que el Inserso –o su equivalente- organice excursiones para tener entretenidos a los abuelos, especialmente a las abuelas.
Me explico. Uno está visitando el pabellón de España del que se ha dicho que es una maravilla arquitectónica. Y el contenido no está nada mal. Lo único que habría que visitarlo, de verdad, para enterarse, a las cuatro de la madrugada, cuando el edificio está libre de beneficiarios de los viajes baratos del Inserso.
Decía que uno está siguiendo la ruta marcada, se entera –o recuerda- las características físico-químicas del líquido elemento (que no sé por qué se le llama así, dado que no es un elemento, sino una molécula formada por dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno, o sea, dos elementos- y cuando llega, pongamos por caso, a la tensión superficial, medio centenar de señoras mayores armadas con bolsos y gorritos blancos regalo de una marca de cerveza, señoras que desconocen el concepto de cola, arremeten contra todo lo que se interpone en su camino.
Como no quieres tener un pifostio –que menudas son las abuelas en tropa- te retiras prudentemente hasta que pase la marabunta y puedas seguir con la visita. Vano intento, puesto que segundos después de que ellas hayan abandonado la sala para invadir la siguiente, aparece una nueva pandilla que se hace hueco a base de codazos y empujones. Hay que ver lo que da de sí un bolso bien manejado para abrir hueco.
Digo yo que son viudas, porque los grupos están formados, a ojo de buen cubero, por una proporción de 5 a 1, cinco mujeres por hombre. Ellos las siguen penosamente, testigos mudos y apáticos de tal despliegue de energía.
Las Expo también sirven para las visitas extraescolares y viajes de fin de curso. Los niños van todos con alguna prenda que les identifique, por lo general de color chillón.
Estos grupos son también peligrosos, pero quedan lejos de las añosas vándalas y alanas. Por lo general solo quieren cerveza gratis de la que un mozo reparte armado de un artilugio que se parece sospechosamente a un fumigador hortícola.
Las Expo también sirven –o servían- para que los arquitectos de renombre tengan una obra más en catálogo. Digo servían porque en la de Zaragoza la cosa queda un poco corta en comparación con Sevilla, que es la única con la que podría comparar.
Se supone que los pabellones deben tener algo que ver con el lema del evento, pero en realidad hacen lo que pueden. En Kazahstan te enseñan una yurta y en Polonia te ponen una peli que es como una versión en quince minutos de la sirenita.
En realidad aquello parece una mezcla de Fitur y el mercadito hippie de cualquier ciudad. Hay pabellones enteros que harían las delicias de Les Luthiers y su célebre Adelantado: están llenos de artesanías. Otros, con menos posibles, rellenan el espacio con carteles turísticos.
La Expo también se parece a un parque temático de restaurantes. Tenemos desde cocina tandoori hasta asado uruguayo. No dan abasto. En el de Alemania la cola es fenomenal, más o menos empiezas a hacerla a la hora del desayuno para conseguir mesa en la cena.
Si vas con prisa, como era mi caso, seguramente te perderás lo mejor, porque no puedes emplear dos horas como mínimo para visitar el pabellón de Japón. Y el de España, si no hubiera sido por el hispano tráfico de influencias, tampoco hubiera sido posible verlo.
Una Expo sirve para sufrir un calor aplastante mientras que deambulas kilómetros y kilómetros intentando entrar en algún pabellón que no esté saturado. Y lo jodido es que cuando no hay cola para entrar te da mala espina, piensas –generalmente con razón- que no merece la pena.
La Expo es lo más parecido a la feria de atracciones de las fiestas de verano, más grande, con más arquitectura, mucho más cara y sólo le falta la tómbola y la escopeta de balines para tirar al blanco.
Vale, el pabellón puente está bastante bien y aporta una información de lo más reveladora.
4 comentarios:
Yo también he ido estas vacaciones a la Expo. Coincido contigo en casi todo, alguos pabellones parecían más mercados turísticos que del tema que tocaba. Otros en cambio me resultaron la mar de interesantes sobre el tema abordado. Filipinas, la santa Sede (ofrece algunas de sus joyas en incensiarios y cuadros relacionados con el agua), el de Aragón... Yo creo que todo depende de la intención que lleves cuando la visites. Yo me quedé sin pabellón de España.
D.
Gran razón para reforzar mi creencia: lo de la Expo es un circo masificado con aires de progresía y concienciación hídrica (y me perdonen los palabros).
Y, por supuesto, aborrezco los viajes en masa del IMSERSO, con alguno de los cuales me he llegado a topar para mi sonrojo (aunque el historial más nutrido es el de Lucía, vive dios).
Lo has "clavao". No sera este menda lerenda el que pase por la expo zárágózáná.
Desde que supe que en Zaragoza se celebraría la Expo no he puesto demasiado interés en verla. Ha coincidido que he leído en bastantes blogs los puntos positivos y negativos, y haciendo balance, pesaban más las malas experiencias y recomendaciones que las cosas que realmente merecen la pena. Lástima por el dinero invertido, gracias a los puestos de trabajo que han creado. Una vez más me aúno a pensar que he hecho bien en no plantearme su visita. Gracias por tu visión. Un saludo,
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