jueves, diciembre 28, 2006

Mitomanía (IX): Tommy Lee Jones

Vaya por delante que no he visto ni la mitad de la filmografía de Tommy Lee Jones. Tendría que ser crítico de cine o una auténtica adicta. Ha participado en cerca de medio centenar de películas que van desde éxitos de taquilla hasta verdaderos bodrios (que también han sido éxitos de taquilla)

Con ese rostro plagado de cráteres y profundos pliegues tiene que estar bien cotizado su trabajo, que además suele ser impecable, o al menos, adecuado. Es difícil hacer una interpretación memorable cuando la película se llama “Volcano”.

Es un hombre de presencia física poderosa, y es que con esa cara tortuosa no hay más remedio. No pasa desapercibido.

Sin embargo, en antiguas fotos suyas, con una imagen más juvenil resultaba atractivo.

La popularidad le llega con su papel de implacable perseguidor de Richard Kimbale (en la piel de Harrison Ford) en “El fugitivo”, que le hace merecedor de un Oscar. Repetirá personaje, ya más anquilosado en una cosa a mayor gloria de Wesley Snipes y sus piruetas. Tiene también otro apreciado premio en sus manos, un “Emmy” por el papel del condenado a muerte Gary Gilmore en la mini serie “La canción del verdugo”. La obra tenía todos los números para triunfar, ya que se basaba en un libro de Norman Mailer que consiguió el Pulitzer. Ya sé que es un hecho conocido, Mailer siguiendo los pasos de Capote. (Gary Gilmore protagonizó un hecho insólito: condenado a muerte, exigió repetidamente ser ajusticiado)

Si “El fugitivo” le hace popular, “Men in Black” le lanza al estrellato, esta vez en compañía de Will Smith, una de las parodias de ciencia ficción más escacharrantes, a pesar de la verborrea y el recital de gestos de la antigua estrella televisiva. Jones está sencillamente sensacional en su papel de agente más allá del bien y del mal, ante todo eficaz.

Comparte cartel con el mismísimo Clint en una peli crepuscular de ancianos astronautas: “Space Cowboys” y va dejando aquí y allá interpretaciones sólidas en decenas de películas.

Mi favorita, sin embargo, es “Las cosas que nunca mueren”, con la estomagante Jessica Lange, como siempre excesiva y que obtuvo un Oscar por su papel de esposa infiel y dipsómana, y también en la película de Oliver Stone “El cielo y la tierra”. Ambas en la piel de un militar, como vuelve a interpretar en el film de William Friedkin “Las reglas del compromiso”, una especie de “Algunos hombres buenos” más descarnada, más crítica y con unas interpretaciones de alto nivel, con un Tommy Lee feo y convincente en comparación con el vacuo Tom Cruise.

Tommy Lee Jones es uno de los pocos actores que puede presumir de haberse graduado en literatura inglesa con calificación cum laudem en Harvard.

Se ha estrenado su primera película como director, “Los tres entierros de Melquíades Estrada”, una historia de frontera que todavía no he tenido la oportunidad de ver.

miércoles, diciembre 27, 2006

De limpieza

Estoy de vacaciones. Es decir, no voy al trabajo por cuenta ajena que mensualmente me ingresa una cantidad razonable. Dado que mi jornada se extiende de 8 de la mañana a 7 de la tarde (con dos horas de descanso que la empresa suele aprovechar para ponernos cursos y esas cosas de formación continua) estos días los aprovecho para hacer esas labores cotidianas que nunca tienes tiempo y menos ganas de hacer en fin de semana.

Así que después de pasar dos días arreglando armarios, desechando ropa y calzado de hace eones –he encontrado dos trajes de principios de los 80- y que evidentemente no me pongo por razones de peso (agg, que rabia, yo me podía meter en esas minúsculas minifaldas de cintura imposible), la he emprendido con la biblioteca.

Tiene tres partes diferenciadas: la de libros de consulta, en la que no puedo ejercer el imperio del trapo del polvo; la de historia, filosofía y política (idem) y la de literatura que es toda mía.

Llevo aproximadamente la mitad. He tirado ya dos repugnantes trapos del polvo, he gastado un bote de politus y, a pesar del frío, tengo las ventanas abiertas para no ahogarme con el polvo que queda en suspensión tras sacudir los libros para despojarles no ya de las motas polvorientas, sino de auténticas bolas borreguiles al más puro estilo cosmocueva de Fer.

La limpieza permite otras dos cosas: ordenar lo que es un caos y seleccionar libros imprescindibles de compras y regalos olvidables.

Cada cual tiene su sistema de clasificación de libros. El mío es tan válido o tan tonto como cualquiera. Suelo ordenar los libros por autores dentro de una clasificación más amplia que es la procedencia. Así los autores ingleses ocupan una buena parte de la estantería. Los cubículos, casi cuadrados perfectos, se reparten a Graham Green, Evelyn Waugh, Tom Sharpe, Ian McEwan, Martin Amis, Dan Rhodes, David Lodge.

A continuación vienen los americanos: Patricia Highsmith, Auster, Don Delillo, Michael Chabon, Palahniuk, John Irving, Kurt Vonneguth, Egolf, Franzen, John Fante y, claro, clásicos como Faulkner, Steinbeck o mi adorado Mark Twain.

También están los franceses (Houllebecq entre los más modernos y Vian entre los imprescindibles) o italianos como Calvino o Sciascia.
A continuación los de aquí y allá: Coetze, Lem, Böll, Ende, Lobo Antunes … Seguidos por los españoles e hispanoamericanos.

La ciencia ficción tiene su propio espacio que comparten desde Asimov a Clark, pasando por Bradbury.

Y luego están los libros especiales: La enciclopedia de las cosas que nunca existieron, El libro de las hadas o El Diccionario de Símbolos, entre otros.

Hay una hermosa colección de libros de aventura, con Dumas y Verne a la cabeza. Me he propuesto poner cada obra donde corresponde.

Pero conservaré unida la colección de Guillermo. La pondré junto a los británicos, pero en su propio espacio.

Me he dado cuenta que me faltan autores, Saroyan o Salinger –de quien solo tengo algunos relatos-, por ejemplo. Así que me propongo cubrir esa carencia.

Y mientras tanto, un par de docenas de libros han sido condenadas a dejar espacio libre. No siento remordimiento alguno.

miércoles, diciembre 20, 2006

Pasar a la historia

“La lista de los reyes godos era más amplia que la que miles de niños españoles aprendieron de memoria en la escuela. Iudila, Sindila, Suniefredo y Ardo, no figuraron nunca en la letanía que recitaron de carrerilla durante generaciones”, asegura hoy El País.

Sea usted rey godo para que al cabo de 1500 años se olviden de uno. No ya que glosen su reinado, siquiera que aparezca en una lista que servía básicamente para ejercitar la capacidad de memorización de los niños.

Iudila, Sindila, Suniefredo y Ardo han caído en el olvido. Fueron caudillos revestidos de dignidad regia. Y aquí tenemos una pandilla de caudillitos zarpa a la greña empeñados en pasar a la historia. Que si hoy invado Irak, que si hoy bombardeo Gaza, que si mañana tiro de las orejas a los iraníes, que si el ayatollah de turno augura el uso de bombas atómicas … Todo por pasar a la historia.

Esfuércese como un cosaco (o un huno) en decir a todo que no, para que engrosar el pozo negro del olvido.

Hay dos posibilidades. Que pasen como lo hizo Calígula o Hitler o sencillamente les pase como a nuestros olvidados monarcas. Que te recuerden tocando la lira mientras se quema Roma, que pases a la historia como el mayor asesino de la historia o que seas un innovador como Hammurabi y promulgues la primera ley escrita … pero ser el primero en algo, hoy día es inaudito.

Para pasar a la historia es preferible descubrir las leyes de la física gravitacional, el mecanismo de la inmunización o inventar el vehículo mecánico con motor a explosión. Hoy incluso los niños de secundaria no es que ya no reciten la lista de los reyes godos, es que les preguntas por un godo y pueden responder que un videojuego o la última droga de diseño.

(Conversión de Recaredo en versión de Muñoz Degrain)

lunes, diciembre 18, 2006

Modernas tradiciones

Entre las nuevas tradiciones navideñas –es decir, que no son tanto tradiciones como costumbres recientemente adquiridas- destaca la comida (o cena) de empresa. Desde hace unos años a los BBC (bodas, banquetes y comuniones) hay que añadir esta variedad de negocio hostelero.

Por si fuera poco verse las caras, oirse y aguantarse durante un tercio o más del día, ahora nos parece de lo más natural irse de supuesta juerga juntos, bien aderezados de bebida.

La semana pasada tuve mi “cena de empresa”, más bien de departamento. Ya sé que la asistencia es voluntaria, pero si el departamento son poco más de una docena de personas, faltar es casi un insulto, a no ser que tengas una razón de peso. Se supone que esa cena es para estrechar lazos y tal y tal y el tío pascual. El alcohol es muy sufrido.

El caso es que salgo de casa y veo un hermoso control de alcoholemia de la Guardia Civil. Todavía achispada podría aguantar la cena, pero sobria va a ser un trago difícil (chiste tontísimo).

Mientras la peña se pone ciega de morapio –el resto vive cerca del restaurante o ha venido en taxi- servidora se dedica a la cerveza sin alcohol (asquerosa) y después al agua mineral.

Caen tres botellas de litro de Solans de Cabras. Cuando empiezo la tercera ellos están con el imprescindible chupito de algo de alta graduación.

Tras la cena, ea, a tomar una copa. Así que me despido en la confianza que la Guardia Civil me pare, me haga soplar y compruebe lo cumplidora que es una. Pues no, pasan de mí olímpicamente.

Al día siguiente tengo una comida de trabajo (detesto las comidas de trabajo) Llego al restaurante y la mitad del comedor está ocupado por … una comida de empresa. El grupo es de unas 40 personas. Al principio la cosa es soportable, pero según veo retirar botellas vacías de vino, el volumen sonoro aumenta hasta límites insoportables. Hablan cada vez más alto y las risotadas etílicas evitan cualquier diálogo. Así que decidimos tomar el café en otro sitio menos bullanguero.

martes, diciembre 12, 2006

Ya están aquí los perfumes

Como los coleccionables tardoagosteños, ya están aquí, en todo su esplendor y glamour, los perfumes. El perfume –en gloria esté Grenouille- es eso que se regala cuando a uno no le apetece pensar o se le ha pasado comprar con tiempo.

Los anuncios perfumeros son una especie de calendario: campaña de navidad-reyes, sanvalentín, díadelamadre …

El perfume es una especie de salvavidas que viene a decir algo así como “¿ves, pesada, que no me olvidé?

De entre los regalos gilipollas pongo en el top al perfume.

El perfume es algo tan personal como unos zapatos, es decir, uno tiene que probárselo. Hay aromas que a unos encantan y a otros repugnan. Por regla general, detesto los perfumes y especialmente los femeninos.

No piso una perfumería sin prescripción médica y si atravieso la sección en el inevitable cortinglés, ahí me ven tapándome la nariz y acelerando el paso, al tiempo que con malos modales rechazo la prueba que una señorita se empeña en pulverizarme. Que hay que ver la perra que tienen con perfumarnos. Yo me lo tomo fatal.

Hace años vivía en una casa antigua, de esas de ascensor de cristal y madera. Yo vivía en el cuarto y en el segundo una señora que usaba Opium como si le fuera la vida en ello. Hasta mi hija, entonces una criatura, decía: "Acaba de subir Conchi".

Mi repugnancia a los perfumes tiene su penitencia, porque ahora, en el trabajo, cierta individua adicta al Poison tiene a bien sentarse a mi lado en las reuniones laborales. Afortunadamente trabaja en otra planta y nuestras coincidencias -además del temido ascensor- son reducidas.

Estos días me estoy actualizando en cuanto a nuevos lanzamientos perfumistas. Ahí veo a una casi irreconocible Hilary Swan haciendo de insolente. ¿A quién se le ocurrió teñirla de rubia? ¿Qué han hecho con million dollar baby?

Las empresas de perfumes se empeñan en que identifiquemos iconos de seducción con sus productos. Así Charlize Theron lo hace para Dior, mientras Nicole Kidman dice ponerse Chanel nº 5. La tremenda Coco ya se revolvió en su tumba –ella, que aborrecía a las rubias- cuando Catherine Denueve fue la imagen del inmortal perfume.

Debe ser esa la razón –que los perfumes se identifican más con las rubias- del tintazo de la Swan. Es que no me lo explico.

Esta pasión por las actrices no se resiste siquiera a contratar a petardas nacionales como Penélope Cruz o Paz Vega, como si los modistas patrios ganaran en cosmopolitismo.

Claro, que intentar identificar a una figura conocida con un perfume tiene sus riesgos. Aunque fuera adicta a las fragancias, jamásjamásjamás me pondría eso de la Jessica Parker. Y si me lo regalasen, el/la obsequiante se llevaría una maldición eterna.

Luego están los marketinianos que tratan de aprovechar el tirón popular de alguien para lanzar “su perfume”. Por ejemplo, el de Carlos Moyá, que yo recuerde en estos momentos. Marca que, por supuesto, tiene una vida tan volátil como el alcohol que sirve de excipiente. A ver, Antonio, confiesa, ¿alguien ha comprado Diavolo? Y no vale que sea nadie de tu familia. Claro que Antonio presta su apuesta figura hispana para vender relojes o patatas fritas. Eso es versatilidad.

Regalar un perfume, además de una falta de tacto y un despilfarro, me parece un reconocimiento de escasez de recursos. Porque lo que ella quiere realmente no es un Chanel nº 5, sino un tailleur auténtico de Chanel.

Es el lujo de quien no puede permitirse más, por eso regalar Agua de Rosas de Adolfo Domínguez, por poner un caso, es el colmo de la cutrez, y no hablemos ya de las colonias de Zara o Mango. Patético.

A todo esto, ¿alguien tiene el teléfono del modelo de la colonia de Lacoste para hombres?

sábado, diciembre 09, 2006

Mitomanías (a petición popular) (VIII): Jeremy Irons

Es alto y delgado como un buen aristócrata inglés que se precie. Y es guapo. A ver quien puede negarlo. Pero sobre todo luce una elegancia innata. Su presencia en cualquier película es un toque de distinción.

Tras su paso por el teatro clásico inglés y alguna teleserie, “Retorno a Brideshead” le lanza al estrellato.

Ya se sabe que es difícil dar el paso de la tele a la gran pantalla, pero él fue capaz de hacerlo y con gran éxito. Y siempre ha vuelto a hacer teleseries de producción meticulosa.

El mismo año de su gran salto a la fama, 1981, consigue un papel en “La mujer del teniente francés” y se convierte en un valor seguro tanto para Hollywood como para las producciones británicas.

Es un actor versátil hasta puntos increíbles, pero siempre dotando a sus personajes de una elegancia sublime. Ha compartido cartel con vacas sagradas de Hollywood. Con Robert de Niro en “La Misión”; en la ya citada “Mujer del teniente …” con la estomagante Meryl Streep o la siempre eficaz Glenn Close en “El misterio von Bullow”, que le valió un oscar por un personaje absolutamente encantador e inquietante. Conseguía hacer hasta simpático a un ¿asesino? eficaz y al que además podíamos justificar.

No rechaza papeles complicados, como el doble de “Inseparables” de Cronenberg, dónde es capaz de dotar de personalidad propia y reconocible a los dos gemelos. Repite con el canadiense en “M. Butterfly”, en un papel de ingenuo imposible en el que cualquier otro hubiera resultado grotesco

Es capaz de meterse en la piel de un terrorista despiadado en las sudorífera y adrenalínica tercera entrega de “La Jungla de Cristal” (despierta infinitamente más simpatías que Bruce Willis), o héroes de capa y espada como en los enésima versión de “Los tres mosqueteros”. Puede ser un encantador, paciente y comprensivo homosexual en “Callas forever”, junto a Fanny Ardand y un marido infiel y cornudo de la deliciosa “Conociendo a Julia”, dónde da la réplica a Annette Bening.

Queda bien en películas de época como en nuestros días. Da igual que esté en gran o pequeña pantalla. Es lo mismo que tenga un papel protagonista o sea un secundario de lujo. Jeremy Irons es un seguro de buena interpretación.

Sus últimas apariciones fueron en una teleserie británica sobre Elizabeth de Inglaterra, donde interpretaba al conde de Leicester y en otras producciones historicistas: “Casanova”, “El reino de los cielos” y “El mercader de Venecia”.

Por supuesto ha cedido su voz para doblar grandes producciones de dibujos animados siendo el malísimo Scar de “El rey león”.

Reconozco que Irons es de los actores guapos, pero en su apostura cuenta más la lánguida distinción de unos genes bien seleccionados que la belleza bruta. Su rostro, además, es fácilmente reconocible. No se trata de un guaperas más que pasa al olvido.

miércoles, diciembre 06, 2006

Un chico normal

Trabajar un festivo es una jodienda. Trabajar dos festivos y un domingo en la misma semana es un martirio. Mientras todo el mundo está disfrutando de los atascos en la carretera, la comida indigesta a unos precios dignos de Ferrán Adrià y encantados de que la semana de 25 grados a mediodía se haya trocado en viento de levante con lluvias intermitentes y temperaturas que no superan los 15º, servidora está a punto de rebasar la línea roja de revoluciones por minuto.

Pero tiene sus ventajas. Por ejemplo, ratificar que no todos los deportistas de motor son gilipollas. He pasado la mañana con el subcampeón mundial de lo que popularmente se conoce como GP2 y técnicamente como World Series by Renault, o sea, la cantera de la Fórmula 1.

Borja García es un chaval de 23 años que además de educadísimo y paciente es capaz de articular una frase coherente. No voy a decir que se exprese sin tópicos, pero al menos no parecen forzados. Cuando a uno le hacen la misma pregunta quinientas veces no se espera que sea original, pero al menos evita constatar el hastío.

Este piloto que, oh, conduce con gafas, es un prodigio de naturalidad. Hace años compartí mesa y mantel con Marc Gené –que ya sé que tiene múltiples detractores- pero al que defenderé a capa y espada por su profesionalidad. Y desde hoy me declaro adalid de Borja.

Como soy acérrima de Michael Schumacher (léase más o menos Mijail Sumajer) desde que hace unos años le vi pasear por el circuito de Cheste acompañado de su perro: un chucho mestizo que, por lo que observé, le adora.

Nunca oí a Chumi quejarse de sus seguidores ni de los medios de comunicación. Nunca le vi echar las culpas de un fracaso al maestro armero. Nunca le vi un mal gesto.

Borja García busca un puesto en la F-1, aunque sea de piloto probador; de piloto cascacoches. Ante el público tiene a favor su afabilidad y su educación de la que, sin duda, es responsable su familia. Sabe que tiene que ganarse la popularidad y el afecto del público y lo hace siendo lo que es: un chico normal.