martes, abril 22, 2008

La explicación

Esta mañana me han quitado la escayola, así que aprovecho la circunstancia de tener dos manos operativas para explicar los últimos acontecimientos.
Como todas las mañanas, el grupo de cinco compañeras que compartimos tareas fuimos a desayunar. Trabajamos en una empresa de fumadores -grupo al que pertencemos algunas de nosotras- y aunque solemos reprimirnos las ganas mañaneras, ese día unos proveedores con los que teníamos una reunión nos tentaron de compartir con ellos el café en la terraza "ad hoc" que la empresa ha tenido a bien instalar en los aledaños de la cafetería.
Allí estábamos con nuestros café y medias tostadas en amigable charla y al término de la colación vino el momento del impagable cigarrillo. Dado que una de las desayunantas está en lo que antaño se llamaba "estado interesante", las dos viciosas echamos hacia atrás las sillas para evitar que el humo la alcanzara.
En esas estábamos, en lo de alejar la silla, cuando la mía perdió contacto con el suelo y ella (la silla) conmigo adherida, se defenestró por el escalón sin protección de 20 centímetros que eleva la terraza del suelo de hormigón.
Una es muy sufrida y lo único que dijo fue aquello tan socorrido de "que caída más tonta", pero a los dos minutos el brazo izquierdo daba señales alarmantes de dolor.
En fin, para no alargar la cosa. Tras visita a urgencias, radiografías y tac (ineccesario para el diagnóstico, pero necesario para la facturación a la mutua) me aseguraron que tenía una pequeña rotura en la articulación del codo. Me enyesaron y me dieron cita para dos días más tarde, no sin despacharme una buena dosis de ibuprofeno.
Y mi ex jefe -que no sé cómo se entera de todo- mándandome mensajes preguntando si era verdad que había intentado suicidarme tirándome de una silla.
Dos días más tarde el traumatólogo de la mutua no tiene claro que sea una rotura, pero que llevar enyesado el brazo no me va a perjudicar. Mira que gracioso, como si tener el brazo en ángulo recto permanentemente fuera el estado ideal del mismo. El yeso no me lo quitó, pero estuvo a punto de mandarme a la consulta del psiquiatra cuando extendió el papel con la baja laboral y dije que no quería baja, que a mí me pagaban por pensar y no me habían diagnosticado traumatismo cerebral.
Evidentemente, escribir no ya con una sóla mano, sino con un par de dedos, me inhabilitaba para concurrir a concursos de mecanografía, no ya por la rapidez (que sí), sobre todo por la cantidad de errores y la mala uva que se me ponía al tener que corregir todo el tiempo.
Así que van a tener razón los de sanidad. Fumar perjudica seriamente la salud.

miércoles, abril 02, 2008

El barrio

Anda todo el mundo alborotado con la crisis inmobiliaria. Es una crisis de actividad, pero es antigua en lo que afecta a una realidad cercana: la crisis urbana; la disolución de las ciudades y la planificación enfocada hacia el máximo beneficio y el lucro inmediato.

En mi poco cualificada opinión, el barrio crea un vínculo de ciudadanía entre sus vecinos. Los barrios, hasta que se impuso el modelo americano de destruir las ciudades, servían de seña de identidad. Uno era de Retiro o de Vallecas; de Gracia o de Ruzafa.

Los barrios forjaban su espíritu en las aceras de las calles y los bancos donde las madres parloteaban mientras daban la merienda a la prole. En los comercios, los talleres y los patios de colegios. Los bajos de las calles estaban ocupados por fruterías, hornos, peluquerías, mercerías o zapaterías. Los niños compraban las chuches en el kiosko que siempre estaba frente al colegio y la madre llevaba al remendón de la esquina los zapatos para ponerles medias suelas.

Llevábamos el coche al taller del barrio para cambiarle el aceite, hasta que las marcas de coches vieron un filón en los servicios post venta. Ahora tienes que llevarlo a un polígono industrial a varios kilómetros del domicilio, donde un señor con una impoluta bata blanca comprueba que tienes cita. Ya sabes que te van a dar un puyazo.

Antes comprabas la verdura de la cena tras recoger a los críos del colegio. Ahora tienes que ir a un hiper casualmente situado en un megacentrocomercial al borde de una autopista, dotado de un aparcamiento capaz de albergar varios miles de vehículos. Y dicen que es para tu comodidad.

Los niños iban a la escuela del barrio. Ahora los niños madrugan como si fueran a vendimiar para coger el autobús que les dejará en el colegio privado o concertado a varios kilómetros de su domicilio.

Si necesitabas media docena de cáncamos o un sartén acudías a la ferretería del barrio que, además, te podía proporcionar un “chispas” si precisabas cambiar los fusibles.

El fontanero con un trozo de estopa y una arandela era capaz de arreglar el grifo que gotea o desatascarte un desagüe. Ahora te ves abocado a seguir los fines de semana los consejos de bricomanía o dedicar días a localizar un fontanero.

El barrio estaba habitado por artesanos y oficios que nos daban una confianza rápida y cercana a la hora de satisfacer las necesidades más elementales. El barrio unía a los vecinos en la necesidad y la solución. Unía por hábito, por conocimiento y reconocimiento.

Los barrios tienden a extinguirse, salvo honrosísimas excepciones. Excepciones que debería ser consideradas como patrimonio de la Humanidad por la Unesco en un mundo donde todo, desde los centros comerciales a los cines; desde las oficinas a los gimnasios se han trasladado a polígonos industriales desangelados. Hasta las discotecas y las putas se han trasladado a los polígonos.