Anda todo el mundo alborotado con la crisis inmobiliaria. Es una crisis de actividad, pero es antigua en lo que afecta a una realidad cercana: la crisis urbana; la disolución de las ciudades y la planificación enfocada hacia el máximo beneficio y el lucro inmediato.
En mi poco cualificada opinión, el barrio crea un vínculo de ciudadanía entre sus vecinos. Los barrios, hasta que se impuso el modelo americano de destruir las ciudades, servían de seña de identidad. Uno era de Retiro o de Vallecas; de Gracia o de Ruzafa.
Los barrios forjaban su espíritu en las aceras de las calles y los bancos donde las madres parloteaban mientras daban la merienda a la prole. En los comercios, los talleres y los patios de colegios. Los bajos de las calles estaban ocupados por fruterías, hornos, peluquerías, mercerías o zapaterías. Los niños compraban las chuches en el kiosko que siempre estaba frente al colegio y la madre llevaba al remendón de la esquina los zapatos para ponerles medias suelas.
Llevábamos el coche al taller del barrio para cambiarle el aceite, hasta que las marcas de coches vieron un filón en los servicios post venta. Ahora tienes que llevarlo a un polígono industrial a varios kilómetros del domicilio, donde un señor con una impoluta bata blanca comprueba que tienes cita. Ya sabes que te van a dar un puyazo.
Antes comprabas la verdura de la cena tras recoger a los críos del colegio. Ahora tienes que ir a un hiper casualmente situado en un megacentrocomercial al borde de una autopista, dotado de un aparcamiento capaz de albergar varios miles de vehículos. Y dicen que es para tu comodidad.
Los niños iban a la escuela del barrio. Ahora los niños madrugan como si fueran a vendimiar para coger el autobús que les dejará en el colegio privado o concertado a varios kilómetros de su domicilio.
Si necesitabas media docena de cáncamos o un sartén acudías a la ferretería del barrio que, además, te podía proporcionar un “chispas” si precisabas cambiar los fusibles.
El fontanero con un trozo de estopa y una arandela era capaz de arreglar el grifo que gotea o desatascarte un desagüe. Ahora te ves abocado a seguir los fines de semana los consejos de bricomanía o dedicar días a localizar un fontanero.
El barrio estaba habitado por artesanos y oficios que nos daban una confianza rápida y cercana a la hora de satisfacer las necesidades más elementales. El barrio unía a los vecinos en la necesidad y la solución. Unía por hábito, por conocimiento y reconocimiento.
Los barrios tienden a extinguirse, salvo honrosísimas excepciones. Excepciones que debería ser consideradas como patrimonio de la Humanidad por la Unesco en un mundo donde todo, desde los centros comerciales a los cines; desde las oficinas a los gimnasios se han trasladado a polígonos industriales desangelados. Hasta las discotecas y las putas se han trasladado a los polígonos.
5 comentarios:
Gran verdad. Forma parte de la gran conspiración para estabularnos, que no nos relacionemos entre nosotros y que nos enfrentemos al Leviatán individualmente.
Por suerte, mi barrio sigue siendo un barrio, de momento. Hasta tenemos un pequeño puticlub local, palabra. ;)
Aunque mi natal Seronia o mi adoptiva Salamanca aún no hayan sufrido del todo estos arranques poligoneros, te doy toda la razón, Alicia.
Nos quieren desnaturalizar, descontextualizar y desmembrar urbanísticamente.
Y dicen que es por comodidad. Mis cojones recorro yo tres kilómetros en coche o a pata para comprar una camiseta en una tienda que bien podría estar en el centro.
Ay, la vida moderna...
Pero y qué me dice entonces de la especie poligoneril que tantos buenos (?) momentos blogueros nos ha deparado...
Ya en la película El pisito se veía venir, ay estos neorrelistas...
Poniéndonos pcbcarpianos, deberíamos remontarnos como mínimo a la II Guerra Mundial (reconstrucción de ciudades bombardeadas) para estudiar este fenómeno, o bien incluso retrotraernos a la baja Edad Media y sus gremios disolviéndose cual terrón de azúcar a la llegada de la era moderna...
Ahora bien, aunque su post está cargado de razón, y las de cierta edad (hablo por mí, eh) nos seguimos identificando con un barrio, y además catalogando (no sé si eso es bueno) a los demás por el barrio de procedencia, la vida idílica que describe me recuerda demasiado a películas de la España en blanco y negro, y desgraciadamente no "tó er mundo é (ni ha sío) güeno"...
Aunque intuyo que eres de Valencia, no creo que seas de mi barrio... ¡¡Pero si hasta nos revisan las ruedas gratis "pa que no nos pase ná"!!
Aquellos maravillosos años en aquellos maravillosos barrios... Tienes razón, los barrios son toda una seña de identidad y, para quién se crió en uno de ellos,un capítulo indeleble en el recuerdo.
Ya lo dijo el poeta "Mi infancia son recuerdos de un barrio de Sevilla..."
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