miércoles, agosto 24, 2005

Objetos invasores



Ayer recibí una de las revistas que más me gustan. Parece una banalidad, porque se trata de una revista de decoración, pero su director es uno de los periodistas más lúcidos que conozco y aprecio sus opiniones tanto como desprecio las de otros plumillas que puedan gozar de prestigio político o cultural.

En el último número, el 100, recoge la opinión de varias personas sobre la casa. Benedetta Tagliabue, una arquitecta de mucho fuste, afirma: "A veces el ejercicio más difícil es mantenerla limpia. Es un poco complicado porque tienes que retirar objetos que te recuerdan trozos de tu vida".

¡Y qué razón tiene!

Eso se aprecia, especialmente, cuando realizas una mudanza. Llevo a mis espaldas un buen número de ellas, así que tengo conocimiento de causa más que sobrado.

Dice Quignard -ya sé que estoy un poco pelma con él- que las cosas tienen alma y que eso se aprecia cuando nos cambiamos de casa. "Las mudanzas -dice- son experiencias mágicas violentas.

"Descubrimos que no podemos tirar eso a la basura. (Eso designa cualquier espanto que, sin embargo, está destinado a la basura)

(...)

"Las mudanzas en casas antiguas -prosigue- son homicidios".

Cuando empiezas a empaquetar las cosas surgen infinidad de dudas. ¿Me llevo este jarrón? Es horroroso, pero es un regalo de (póngase aquí el nombre que se estime oportuno) y si viene de visita y no lo ve ...

¿Cuántas cosas que detestamos habitan en nuestra casa? Cosas que nosotros no hemos elegido y que conservamos por un estúpido sentimiento de no herir la sensibilidad del oferente. Cuando son ellos los que ofenden nuestra sensibilidad, qué demonios.

Recuerdo un caso. Tras dar una conferencia en un congreso, los organizadores regalaron a mi marido la más horrorosa porcelana que puede concebirse. Durante meses albergamos la esperanza de que nos invitaran a alguna de esas bodas de compromiso de asistencia prescindible, pero no se produjo el milagro. Finalmente, y comportándonos como padres irresponsables, hicimos de la figurita del demonio un juguete infantil. Mi hija –contra todo pronóstico- la trató con suma delicadeza.

Ni siquiera la más torpe de las asistentas –especializada en romper platos de la vajilla buena y lámparas tizio de precio escandaloso- perpetró atentado alguno contra el objeto detestado.

Finalmente, la porcelana recalcitrante acabó, entera, en el cubo de la basura.

Aborrezco lo superfluo y sin embargo he sido incapaz de mantener mi casa libre de esas abominaciones, aunque su presencia es bastante limitada. Y reconozco, por otro lado, cierta fascinación por lo kitsch. De hecho tengo varios libros, incluso el canónigo de Gillo Dorfles.

(La foto es de Benedetta)

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