martes, octubre 25, 2005
Un nuevo inquilino
Es pequeño y peludo. Desde luego, no parece estar hecho de algodón. Sus ojos son dos bolitas de azabache. Sus patas parecen frágiles, imposibles de aguantar el peso que aparenta. Pero no es cierto. No tiene tanto peso. En realidad, es un engaño.
Si le sujetas por el único sitio posible, la tripa, se aprecia su delgadez bajo la suave capa de pelo. Por el lomo, sin embargo, tiene un volumen ficticio. Es leve y francamente guapo, con ese hocico afilado y esos ojos vivarachos.
Es un erizo. Ayer Lucía lo encontró en medio de la carretera. Se bajó del coche y lo recogió. Llegó a casa con él en las manos: "Mirad lo que he traído".
Claro que es tímido. En cuanto lo tocas se enrosca y saca las púas para defenderse. Gos está intrigadísimo. Lo olisquea todo el tiempo, pero no se atreve a ir más allá. A veces hasta se arriesga a acercarle una pata.
Se esconde en cualquier rincón. Esta mañana lo hemos sacado –aun de noche- al jardín. No sé si cuando volvamos estará o si seremos capaces de encontrarlo.
Anoche se me enroscó en un dedo. Era casi imposible deshacerse de aquel abrazo, tal es la fragilidad que su espinoso cuerpo trasmite. Me daba miedo retirar la mano bruscamente. A pesar de su aspecto disuasorio, es un animal precioso y a mí me enternece.
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2 comentarios:
¡Pero qué monada!
Buenasssssssssssssss. Como podrás ver, te sigo leyendo, ¿eh? Pero lo de tus inquilinos es que me puede, me puede...
Yo también tuve un erizo en casa. Tienen una cara monísima. Como podrás adivinar, se llamaba Espinete. Duró poco, le soltamos otra vez en el campo porque dejó de comer y temimos que se nos muriera.
¡Qué paciencia tiene el pobre Gos!
Besos de zin.
Pues volvió al campo. Nos dió un poco de pena que no aceptara nuestra hospitalidad, pero lo suyo es vivir en el campo. Sólo espero que no acabe bajo las ruedas de un coche.
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