Los últimos aleteos revolucionarios se producen en los suburbios. El nombre, en sí mismo, da mucho qué pensar. Sub-urbe. Menos que urbe o lo que no llega a urbe.
Lo inferior tanto cualitativa como cuantitativamente. Urbe, polis, se define como conjunto de edificios y calles bajo una administración común cuya población numerosa se dedica, por lo común, a tareas no agrícolas.
Tareas agrícolas ya quedan pocas. Pero si acotamos lo “no agrícola” encontramos el comercio, la industria, la administración y los servicios. Nuestras ciudades cambian de carácter. Los comercios que antes poblaban los bajos de los edificios decaen. Las industrias se trasladan a los polígonos de la periferia. Las oficinas a los “parques empresariales” del extrarradio.
Y la urbe se despoja de contenido poco a poco. Los habitantes de los barrios prefieren las urbanizaciones donde ni hay comercio ni servicios ni administración.
Los comercios, que antes llenaban de vida las calles, se desplazan a los llamados centros comerciales, construcciones mastodónticas dotadas de gigantescos aparcamientos y donde las familias o las pandillas de adolescentes pasan las tardes, recorriendo una y otra vez establecimientos exactamente iguales.
A excepción de contadísimas ciudades, Nueva York, Boston, Filadelfia, Nueva Orleáns o San Francisco, todas las concentraciones humanas de Estados Unidos son clónicas. Urbanizaciones iguales, centros comerciales iguales, establecimientos idénticos. Es imposible saber dónde te encuentras, porque todas tienen lo mismo. Ciudades uniformes y sin personalidad.
Parece que vamos camino de ello.
En Europa, especialmente en Francia –cuna de toda revuelta que se precie- las gentes de los suburbios se rebela. Todos se preguntan por las causas.
Estos días he leído reflexiones sobre arquitectura y urbanismo en relación con ese fenómeno galo de quemar coches. Es posible que la destrucción de la ciudad tal y como estaba concebida sea una de las causas. Echo de menos cuando los niños jugaban en la calle, los vecinos se saludaban en las aceras y el lugar de tertulia era la verdulería o el colmado. Añoro el puesto del zapatero remendón, la mercería o la papelería de barrio perfumada de goma de borrar.
Recuerdo todavía cuando llegaba el buen tiempo y los vecinos sacaban las sillas a las aceras a la fresca de la tarde. Me resisto a considerar que cualquier tiempo fue mejor, pero, qué demonios. Antes si veíamos a un grupo de gente de charla en un parque o una plaza pensábamos que eran vecinos, gente de paseo … ahora pensamos que son una banda de delincuentes y apartamos nuestros pasos de ellos.
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