Hemos alcanzado el desconocimiento global. Nadie sabe de nada, pero habla con la total seguridad que presta la ignorancia.
Me aterra ver lo poco que sé y todo lo que me queda por aprender, no en general, sino únicamente de aquello que me interesa. No lo digo como obligación, sino como deseo: aprender.
Por eso me fascinan las matemáticas. O la arquitectura … Son como inmensos enigmas desafiantes.
Me quedo embobada leyendo o escuchando a expertos en temas que nunca dominaré. Intento comprender, capto conceptos y cuando los entiendo es como si una luz de sabiduría se encendiera dentro de mí. ¡Cáspita! ¡Era esto!
La capacidad de sorprenderme incluso llega a sorprenderme. Resulta un alivio comprobar que mi mente mantiene el interés por las cosas, por livianas que sean, ejercicios diletantes: conocimiento inútil.
Veo las cosas con enfoques desconocidos. Resulta divertido y vivificante. Y ese nuevo e inútil conocimiento se enlaza con el antiguo, saco conclusiones inéditas. No sirve para nada, claro, solo es satisfacción personal, quizás vanidad de no poner cara de imbécil cuando alguien cita a un experto en alguna materia insólita.
Puede que esta curiosidad indiscriminada me haga susceptible al fraude, a considerar como importante lo que no es más que impostura. Hasta de eso se aprende.
1 comentario:
Ya me contarás lo que se puede hacer sin curiosidad. Va a resultar que lo inútil no es tan inútil como pensamos. ¿Pensamos o regurgitamos? Imagina la cantidad de cosas que conocemos y que no nos sirven de nada. Esos conocimientos solo sirven a los que se entusiasman con ellos y comienzan a investigar en profundidad hasta que quizás acaben descubriendo el modo de poder sobrevivir más años y con mejor salud. Creo que pensar (aunque sea inútil) es evolucionar. Es perfeccionar lo más perfecto que tenemos, nuestra preciosa cabecita privilegiada. Pensamos para descubrir los tesoros del conocimiento. Esos tesoros que nos hacen mejores seres humanos aunque siempre nos venza la muerte (confio en que acabaremos venciendola).
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