En fin, el último viaje ha sido un tanto catastrófico. Llegué ayer en un vuelo con sólo 4 horas de retraso. Mejor dicho, llegué hoy a las 2:00 am, cuando debería haber llegado ayer a las 10:00 pm.
Cuando he enchufado el portátil la pantalla ha seguido tan negra como si estuviera desconectado el pc. El transportista que llevó el equipaje del hotel al aeropuerto admitió que se le había caído la mochila, pero está bien acolchada ... quizá no lo suficiente. Así que estoy con un portátil viejo, lento y que carece de prácticamente todos los programas que no sean básicos. No puedo descargar las fotos ... qué tontería. No puedo hacer nada de nada que no sea maldecir mi mala fortuna.
Y eso que el viaje empezó con buenos augurios. El vuelo salió a su hora, que ya es mucho, sólo que un accidente en la autopista entre Malpensa y Milán hizo que llegáramos al hotel a las 12:30 de la noche. Después de buscar, sin mucha esperanza dicho sea de paso, un lugar dónde nos dieran algo de cenar, nos fuimos a la cama donde atacamos una botella de agua mineral (3,80 tarifa del hotel) y unas galletitas que no quise ni mirar el precio.
No les voy a aburrir con las hazañas que protagonizó la pandilla más torpe de la galaxia, pero les apuntaré que los tres pringaos acabaron con unas fantásticas ampollas en los pies (en mi caso en la mismísima planta del pie), sudando como cochinos (27 grados centígrados cuando en esa jodía ciudad no conocen esa temperatura en abril ni jartos de vino) y con unos 20 kilos de material escrito colgados de las espaldas, en mi caso.
Sin contar la infructuosa búsqueda de un taxi a la 1 de la madrugada y aguantar el choteo de las operadoras de las distintas compañías de radiotaxi milanesas cuando requeríamos un servicio. Así que, el segundo día, a la 1 de la madrugada y de esa guisa (recuérdense los 20 kilos de material en papel y cd) echamos a andar una vez descartada la opción de tirarnos en cualquier portal a pasar la noche.
Nos sonrió la fortuna cuando a los 20 minutos de marcha arrastrada apareció el hada madrina en forma de taxi y nos dejó a la puerta del hotel cerca de las 2.
Eso sí, nos reimos como cosacos embriagados de vodka de patata recordando los colosales esfuerzos de la milanesa Marcela por seducir a Juan Antonio, cuya opción sexual era clara hasta para un inocente infante.
En fin, que pasaré el fin de semana descalza, en camiseta y procurando dormir siestas de pijama y orinal con el propósito de recuperarme un poco físicamente y abordar una semana de trabajo medianamente normal.
4 comentarios:
Pues nada, Sra. Liddell, ya sabe, si el lunes sigue ahí la ampolla, se la tapa con esparadrapo a palo seco y a seguir viviendo. Piense Vd. que esas experiencias desdichadas se transforman en las típicas graciosas anécdotas que uno cuenta en los bares al cabo de los años.
Volver a la cotidianeidad es muy duro, más cuando uno vuelve con ampollas. Ánimo.
Gracias por sus buenos deseos. Y sí, Pcb, los viajes desastrosos siempre acaban convirtiéndose en divertidas aventuras con los años.
"los viajes desastrosos siempre acaban convirtiéndose en divertidas aventuras con los años..."
Me lo va a decir usted a mí...
Espero que esté mejor
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