martes, junio 23, 2009

Reflexiones hospitalarias (1)

Tengo una habitación de lo más entretenida. A mi derecha la abuela de 99 años; a mi izquierda Mariluz, de Quart de Poblet,que se ha revelado como una experta en hamburguesas. En su primer día de postoperatorio le ha dado el antojo de una hamburguesa. Su hermana y su cuñado han salido en busca de una y han regresado con una bolsa de burriquin.
La llegada de la bolsa ha abierto un debate esclarecedor sobre la calidad de las hamburguesas y sus complementos. Parece ser que las patatas de burriquín son más crujientes que las de madonal. En términos generales, mi vecina se decanta por burriquin, aunque cree que las raciones de madonal son más abundantes.
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Un hábito extendido entre los frecuentadores de los hospitales es, como es sabido, intercambiar experiencias médico-hospitalarias. La abuela de 99 años de la derecha tiene imaginaria de 24 horas. Sus hijos y nueras se turnan por el día y la ecuatoriana hace 12 horas nocturnas.
Las nueras, a tenor de lo que comparten con la paciente de Quart de Poblet, padecen un deterioro de salud incomparablemente mayor que el que presenta la suegra.
Mariluz, la de Quart de Poblet, resulta ser alérgica a todo medicamento que haya pasado por el despacho de farmacia. Eso sí, aguanta bien la morfina.
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¿Por qué las auxiliares y enfermeras se empeñan en hablar en diminutivo?
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Años ha, los pasillos de los hospitales y cualquier centro sanitario estaban empapelados con el rostro dulce de una enfermera cuyo índice sobre los labios sugería silencio. Por si no quedara claro, debajo aparecía en mayúsculas la palabra “Silencio”.
No sé decir si esa costumbre perdura. Mi estado físico no me permite largos paseos por los pasillos. Es posible que incluso hayan cambiado el modelo y, cómo no, el idioma. Sin embargo, ni caso. Me ha tocado en desgracia una auxiliar de clínica que debe estar segura que cuanto más grite más simpática resulta.
Mi compañera de habitación tiene 99 años y no da nada de guerra, aunque si es una anciana con temperamento. Pues la buena mujer es el objeto de todos sus estúpidos chascarrillos y gracietas, eso sí, a 120 decibelios. Y sin parar.
Hemos tenido ya dos encontronazos, igual aparezco con un chichón en la cabeza un día de estos. Pero es que no puedo con semejante cotorra.

1 comentario:

Fer dijo...

Bueno, al menos te tomas con humor lo de estar en el hospital, que ya es buen síntoma.
Y lo del silencio es virtualmente imposible de conseguir: todavía me acuerdo de respetables médicos charlando a grito pelao a las dos de la mañana mientras mi abuela estaba en un postoperatorio.