Todo ha terminado. No hay posibilidad de ampliaciones. La trilogía Millenium ha concluido y, digo yo, se puede valorar en su conjunto.
Efectivamente es una lectura adictiva, lo que supone una opinión favorable. Especialmente el primer volumen, donde la trama está muy cuidada y los personajes tienen su papel. Es posible que haya algún personaje sobrante, pero es secundario y no supone una carga a la trama final.
Por otro lado, el argumento es sugerente: la mala conciencia histórica de las sociedades democráticas y liberales ante el nazismo. Historias que han sido camufladas con heroicidades de resistencia, como si el 90% de los habitantes de países invadidos hubieran formado parte de esa resistencia. Cómo las grandes fortunas miraron para otro lado, no sólo en Alemania, y como muchas de esas grandes fortunas se gestaron también en connivencia con el Reich.
La investigación resulta larga y minuciosa, pero creíble, aunque las habilidades de Salander parecen tener más un componente mágico que tecnológico. Debe ser que Larsson no estaba muy ducho en alardes informáticos y escamotea su ignorancia con esa niebla de prestidigitador.
El final del primer volumen, un happy end con todas las de la ley, ya sugiere un desbarramiento posterior. Salander, gracias a sus infinitos conocimientos informáticos, financieros, de falsificación de documentos … etc, consigue la nada despreciable cantidad de 2.300 millones de dólares para asegurarse el futuro.
Por otro lado, Mikael Blomkvist recupera su prestigio y buen nombre, lo que contribuye a mejorar su atractivo entre las miles de mujeres de todas las edades que están deseando meterse entre sus sábanas.
Pero la segunda parte ya hace aguas. Vale que el tutor legal de Salander sea una sabandija de la peor especie; vale que su padre sea un gangster; vale que tenga un hermano psicópata y que no siente dolor físico. La genética es jodida, tenemos a una Salander que no mide 1,60 y es flaca como un junco y su hermano de padre es una bestia parda de 1,90x1,90 al que no le mandas a la cama con un yogur.
Aquí la cosa se complica con la intervención del espionaje sueco. Sí, sueco. Al parecer, Suecia tiene sus servicios de espionaje o seguridad (me niego a llamarles de inteligencia) como cualquier hijo de vecino y, como cualquier servicio similar, es un desastre.
Así que tenemos al servicio más secreto del espionaje sueco persiguiendo a Salander para proteger a su padre, el de Salander, un pajarito que se dedica al tráfico en general: drogas, armas, mujeres, blanqueo de dinero. Oiga, lo que necesite.
Y digo yo, ¿qué no sería más normal que ese señor estuviera entre rejas que protegido con la seguridad de un país que nos caía tan bien como Suecia? Pues, al parecer no.
El segundo volumen concluye con una ordalía de sangre y barro que si la pilla Tarantino hace una obra maestra … lo jodido es que ya la hizo y se llama Kill Bill.
Y llegamos al último título. También es adictivo, pero se aprecia no ya un cansancio, un no saber qué hacer con los personajes y llenar 800 páginas. De momento, a la novela le sobran unas 200 páginas que no aportan nada. Están de más media docena de personajes que sólo aparecen para: a) acostarse con Blomkvist; b) ser el tonto que no sabe que le van a dejar en ridículo.
En esta última novela, la trama se centra en cómo salvar a Salander de sus malvadísimos y secretísimos enemigos. Pero no hay problema. Lisbeth saldrá inmune y sus tatuajes perfectamente colocados gracias a la habilidad jurídica de su abogada, que casualmente es la hermana de Blomkvist, y el apoyo de la sección constitucional y decente de los servicios de espionaje suecos.
Y la revista Millenium lanza nada menos que tres best sellers en un solo mes.
Llegados a este punto, creo que Larsson prefirió morir antes que sacar una cuarta entrega. La muerte nos hace misericordiosos, pero estoy segura de que si estuviera vivo, las críticas a estos dos últimos títulos habrían sido feroces.
1 comentario:
Desmitifiquemos, Sra. Liddell, que algo queda.
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