Diez días de hospitalización –y con las facultades mentales, es un suponer, en perfecto estado de revista- dan para reflexionar sobre cualquier mosca que se aventure por la habitación.
Carecer de tele (hay tele de pago, y abonar 6 euros diarios para ver tele5 o similares, evidentemente no) y de internet te deja muchísimas horas para: leer, dormir, leer, dormir … y cuando uno se ha cansado de este bucle, pensar.
Hay que señalar que un hospital público no es un lugar sereno y reposado, ni mucho menos. La jornada empieza sobre las 7 de la mañana, que digo yo qué falta hará despertar a los pacientes a esa hora. Es el momento de repasar el estado de los ingresados, si están vivos, muertos o comatosos, con la excusa de dejar unas pastillas y/o tomar la temperatura a los encamados.
A partir de ahí todo es trajín. A las 9 llega el desayuno. Al menos en mi comunidad lo del menú está muy avanzado: la víspera te dejan una hoja con propuestas de desayuno, comida, merienda y cena para que elijas entre tres opciones de primeros, segundos y postres.
Me empeño en pedir fruta natural de desayuno y ninguna mañana falla: piña en almíbar. Si pido fruta natural para merendar, la interpretación de la cocina es yogur de plátano. Así han conseguido que ningún día desayune o meriende.
Luego viene la operación menear enfermos. Te levantan, te sientan en una silla que parece sacada del atrezzo de “Cuéntame”, te hacen la cama … Si estás capacitado y autorizado, tu mismo te levantas y te aseas.
Los baños merecen atención especial. Estoy en el pabellón de traumatología y rehabilitación, de dónde se deduce que un alto porcentaje de hospitalizados tienen movilidad reducida. Existe una legislación que exige que los edificios públicos tengan unos aseos especialmente concebidos para el uso de inválidos, cojos y otros tullidos. Estas instalaciones exigen determinadas medidas de los aparatos sanitarios, barras de apoyo y otras especificaciones. Pues ni una, oiga.
No hay una jodida barra de apoyo; el wc parece que es de guardería de pequeño y bajo que está. La única ayuda es una argolla sujeta al techo, pero inalcanzable si mides menos de 1’80.
Hace un horror de calor. Al segundo día, suplico una ducha. Una ducha son palabras mayores. En principio, sólo tienen derecho a ducha aquellos que vayan a ser operados al día siguiente. Me pongo muyyyy pesada y finalmente aceptan inscribir mi nombre “en el libro”. Estoy emocionada. Al cabo de 24 horas vienen a buscarme con un extraño aparato/grúa con el que me sumergen en una bañera y me dejan al alcance de la mano una ducha. Lo mejor que me ha pasado en una semana.
Algunas visitas y llamadas aligeran el aburrimiento.
Me toca una enfermera de noche que o está empanada o se empana. Me hace un destrozo con la vía y a la mañana siguiente, la enfermera de día echa pestes. No hay más remedio que coger otra vía y como la mano izquierda la tengo ya un poco machacada, a por la derecha.
También me toca una auxiliar con complejo de gobernanta. Confunde hacer decentemente su trabajo con pegar voces; confunde pegar voces con hacerse la simpática. La retorcería el pescuezo, más que nada para evitar oir sus gritos. Joder, estamos en un hospital.
En realidad nos hemos cogido ojeriza mutuamente. Creo que ha sido porque la he llamado cotorra.
A media mañana se produce la visita del médico, o eso creo yo. Un señor con bata y sin ninguna identificación, acompañada por la enfermera de planta pasa cama por cama sin mirar al paciente a la cara. Cada día cambia el señor y en ocasiones no es el mismo señor que visita a la paciente de la cama de al lado. Me tienen desconcertada.
Durante las cinco horas que estuve ingresada en el servicio de urgencias del Saint Lukas de Nueva York me visitaron tres médicos, todos ellos perfectamente identificados con una tarjeta en la que figuraba su foto, nombre, apellido y categoría.
6 comentarios:
Estimada Sra. Liddell, ¿así que por este motivo se ha empollado al difunto Sr. Larsson?
¡Señora, Lidell, que llamarle cotorra a nadie conduce a buenas relaciones! No hay manera de hacer que una frase suene amigable en esas condiciones:
-¡Qué maquillada estás hoy! ¡Y que contraste de colores tan original! ¡Pareces una cotorra!
-¡Qué vestido tan guapo! ¡Con esos colores tan vivos y contrastantes...! ¡Pareces una cotorra!
No veo manera, la verdad.
Por otro lado, ¿qué eso de que no es fácil darse una ducha? ¿Y cómo se baña uno? Ya sé que está acostada casi todo el día y eso, pero si no hay aire acondicionado, se suda. Y si se suda, hay que ducharse. ¿En serio esos baños con argollas tipo mazmorras no incluyen duchas? Vaya.
En fin, que se mejore pronto y pueda escapar de allí.
Pcb: También me llevé la Historia de la Ciencia de Solís y Sellés.
Gabriel: Ya estoy en casa. Creo que aquí estoy más segura. No me gustaba como me miraba los últimos días.
Pues felicidades por haber vuelto a casa, espero que la recuperación sea rápida y pronto olvides ese museo de los horrores que parece ser la sanidad valenciana.
Todo, por supuesto, para que disfrutes de la Copa América, la Fórmula Uno, las Fallas de Rita Dinamita, las visitas papales...
¡Ánimo!
Me alegro MUCHÍSIMO de que la mejor corresponsal de disenyoseramico se encuentre mejor y ya en la comodidad de su hogar, enhorabuena Alicia!!!
Tremenda odisea la suya.
Temblando me he quedado con lo de la epidural. Pero bueno, dicen que dura unos segundos, ¿no? Habrá que apechugar...
Me alegro de que ya esté mejorándose y reponiéndose.
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