El recordado Manuel Vázquez Montalbán creo un personaje único: Carvalho. Un detective privado que era el Sam Spade del Raval, pero con conocimientos y una cultura más que suficiente para tratar con desprecio a la burguesía barcelonesa.
Pero una de las características más sobresalientes de Pepe Carvalho era su gusto gastronómico. Su habilidad para preparar cualquier plato y su capacidad para enseñar a Bis cúter cómo guisar cualquier plato con ingredientes de bajo precio en una cocina de gas de un sólo fuego.
A menudo en sus novelas, Vázquez Montalbán se entretenía unas cuantas páginas en describir minuciosamente las tareas culinarias de Carvalho: desde cómo limpiaba una alcachofa hasta cuantas gotas de limón dejaba caer sobre ella. Vamos, que entre crimen e interrogatorio, siempre se aprendía alguna receta clásica o no tan clásica. Por no hablar de sus recomendaciones enológicas, también muy celebradas.
Ese carácter de Carvalho tuvo su eco. De hecho ahora nos vemos agobiados por detectives-gastrónomos y si el héroe (o antihéroe) de Vázquez Montalbán usaba la cocina para dar un respiro a las indagaciones, sus émulos se dedican ahora a trufar las páginas de la novela con las más diversas pitanzas, dejando casi en un segundo plano –o sin casi- la trama policíaca.
Así tenemos a Montalbano –ni qué decir tiene que el nombre del comisario siciliano de los carabinieri está directamente inspirado en el novelista español- al que su autor, Andrea Camilleri, le hace estar zampando casi de forma compulsiva durante todas sus obras. Montalbano conoce todos los chigres, garitos y tabernas sicilianas donde la cocina tradicional, realizada con lo que da la tierra y el mar a diario, es de nota. Montalbano es capaz de realizar cualquier trámite policial al que puede enviar a un subordinado con tal de asomarse a tal o cual osteria.
Cuenta, además, con una asistenta que le mima y le deja en la nevera la cena preparada. Eso sí, el singular comisario es incapaz de cocer un huevo, no digo ya freirlo.
Otro policía con ínfulas gastrónomas es Brunelli, el personaje habitual de Donna León. Este realiza sus labores en Venecia y como Montalbano es incapaz de cocinar, pero tiene una agenda bien surtida de chiringuitos donde tomar un bocado. Como en el caso anterior, a Brunelli le mueve más su afán tripero que policial y no duda en utilizar una lancha y pasarse el día en cualquier isla alejada de la capital con tal de probar unas buenas almejas.
Es curioso que los policías gastrónomos hayan prosperado en Italia, país ciertamente rico en la cosa de la manduca. Lo que tiene de bueno esta epidemia es que conocemos la riqueza culinaria de la península de la bota –norte y sur- pero al carecer los protagonistas de habilidad con las cazuelas, se nos niegan los conocimientos para manejar ingredientes y pucheros.
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