Cómo suele ocurrir en estas fechas, estoy en Italia. Hoy, tercer día de estancia, he regresado pronto al hotel, a mi viejo y encantador hotel todo decadente, con frescos en los techos, un jardín monacal y rodeado de calles recoletas y silenciosas, por dónde transitan más bicicletas que coches.
Cuando me he dispuesto a reunirme con uno de mis compañeros de viaje –con el estúpido deseo de cenar en cualquier garito de universitarios por menos de 10 euros- he visto a través de la ventana, al otro lado de la angosta calle, una ventana iluminada.
He sucumbido a la curiosidad y, con la luz de mi habitación apagada, he comprobado que era una cocina. La ventana estaba abierta y he visto a una chica joven, cuyo rostro estaba casi permanentemente oculto tras una melena oscura, que trasteaba en los fogones.
Debía estar preparando pasta, porque con frecuencia daba vueltas con una cuchara al contenido una cazuela impecable de acero inoxidable. Y mientras preparaba la comida, ponía la mesa al lado de la ventana.
No he resistido la tentación. Ha cogido la cámara y he disparado unas cuantas veces, sorprendiendo esa intimidad casera, cotidiana, tan común.
3 comentarios:
Siento quitarle el encanto, pero era una sopa de sobre de fideos Knorr.
Pasaba por aquí.
Coincido con Capazorros.
Me gusta la foto, por muy pecadora que sea.
En cuanto a lo que andaba haciendo la chiquilla... ¿no estaría hirviendo hojas de eucalipto para curarse un catarro?
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