Las grandes esperanzas suelen derivar en grandes decepciones. Está todo el mundo alborotado con el triunfo de Obama en las presidenciales de Estados Unidos. Todos esperan un cambio, todos esperan que Obama lidere una vuelta a la política humanística, entendida como una política para el pueblo y no las corporaciones. Una política más doméstica y menos hegemónica. Una política menos agresiva y más dialogante.
Sin embargo, la situación que deja la administración Bush (y digo la administración y no su presidente, porque estoy convencida de que ha sido un mero títere manejado por los grandes conglomerados energéticos y armamentísticos a los que su padre no es ajeno) es tan catastrófica que cualquier arreglo será sumamente complicado.
Una debacle financiera que se ha saldado con unas medidas impensables para cualquier gobierno ultraliberal: las arcas estatales corren a socorrer a los malversadores, dilapidadores y malos administradores. El dinero no va para los que tienen que hacer frente a las hipotecas, sino para los que han concedido préstamos sin garantías.
Un país sin sanidad pública, en la que los seguros privados además de caros llevan tal cantidad de salvaguardas que tratarse de una enfermedad un poco fuera de lo común queda excluida del seguro. Sólo los mayores de 65 años tienen derecho a la asistencia gratuita. Si consiguen sobrevivir hasta esa edad, claro está.
Un país donde las pensiones están en manos privadas, sin supervisión ni control, tal y como demuestran las malversaciones de fondos en grandes corporaciones como Enron, que dejaron sin cobertura para la vejez a miles de empleados, los ahorros de toda su vida laboral.
Un país donde todavía se discute si hay que enseñar a Darwin en las escuelas o eso del “diseño inteligente”, pero se prohibe la investigación genética. Un país donde la investigación médica y farmacéutica se concentra en la cosmética.
Un país que ha iniciado dos guerras sin visos de tener final, que suponen una sangría humana y económica, aunque en ese segundo aspecto hay quienes sacan jugosos beneficios.
El desafío que tiene Obama es enorme y exigirá enormes recursos. El peligro de fracasar esta ahí, aunque ni él ni su administración sean los responsables de la situación a la que se enfrentan.
Chencho Arias ya lo advirtió: es casi inevitable que Obama decepcione al mundo.
El único que debe respirar aliviado es McCain.
3 comentarios:
Comparto el análisis de pe a pa, Alicia (aunque no me haya excedido tanto en mi blog). Y no es que me alegre por la victoria de Obama, sino que intento mantenerme razonable ante tanto entusiasmo: Obama se va a tener que comer varios marrones de una sola vez, algo que casi nunca se ha dado en la historia de los EEUU.
No hay milagro posible, ni siquiera Obama es la solución a todos los males; como mucho, es un Gelocatil. Aquí deberán pringar todos los implicados (empezando por las grandes empresas, que no tienen muchas ganas de cambio), u Obama caerá en menos que canta un gallo.
Pues nada, que no se hubiera presentado a las elecciones. En fin... espero con ansia las reacciones aquí cuando Obama empiece a contemporizar con el diseño inteligente.
Eso sí, hace Vd. muy bien en recordar algunas cosas sobre la patria de la libertad.
Este hombre tiene 3 telediarios. En un par de años se lo habrán cargado, ya lo verá. Y entonces sí que llegará la hecatombe. No es que vaya a decepcionar a nadie, es que no le va a dar tiempo, angelito.
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