La ola de calor que sacude el sur de Australia se incrementó en varios grados en la madrugada del jueves al viernes. Esa noche entrará en la leyenda del tenis, porque, entre otras cosas, ya ostenta el record del partido más largo jugado en el grand slam austral: 5 horas 14 minutos.
Casi las dos de la madrugada y nadie se movía del asiento. La Rod Laver atestada y dos antípodas pegando palos, corriendo, devolviendo bolas y escribiendo uno de los encuentros más bonitos, disputados y agotadores que se recuerdan.
Se llevaban cuatro horas de partido cuando, en el cuarto set y con empate a 4 en el marcador, Nadal y Verdasco regalaron al respetable una especie de maratón concentrado en menos de un minuto.
Nadal corría de punta a punta, varios metros detrás de la línea que demarca la pista, devolviendo los palos que le mandaba Verdasco a las esquinas. Devolvió una bola imposible, se resbaló y se recuperó como pudo. Fernando se la colocó a la velocidad de un misil en la otra esquina y se produjo el milagro de la bilocación: Rafa apareció en la otra esquina y colocó un punto ganador: la grada en pie aplaudiendo. Se había producido otra “nadalada”, la madre de las “nadaladas”.
Los tenistas se sonreían, un poco como lobos alfa, a cada lado de la red.
El set, como el primero y el tercero, acabó con la muerte súbita. Ni el cansancio de que dio muestras Verdasco en esta manga fue suficiente para que renunciara. Se adjudicó el set. Y a que el público disfrutara una horita más, aunque ya eran las tantas.
No hay quinto malo, como en los toros. Y dado que no hay muerte súbita, y de nuevo con 4-4 en el marcador, parecía que el encuentro duraría hasta que uno de los dos contendientes se mantuviera en pie. Verdasco tuvo una ventaja de 30-0 al resto en el novena juego del partido, pero Nadal estaba dispuesto a salir vivo del partido, a enfrentarse a Federer en la final, aunque fuera con muletas.
Y ganó el juego que puso el 5-4 en el marcador. Un juego que le dio alas y, por el contrario, a Verdasco le afectó. Con su saque se puso 0-40. Tres bolas de partido, de las que recuperó dos. Hasta el ojo de halcón tuvo que dirimir un punto ajustadísimo que cayó del lado de Rafa. Como fuera, Verdasco tenía que empatar el juego. Y su saque, que le había funcionado a la perfección hasta el momento, le falló. Una verdadera pena que fuera una doble falta la que puso punto y final a un partido de leyenda.
Lo cierto es que los dos merecían estar en la final, que tendrían que haber ganado los dos, porque el partido se decidió por un único punto. Un partido en el que se pusieron en juego casi 400 puntos. Ese minúsculo detalle fue decisivo. 193 puntos ganó Nadal por 192 de Verdasco.
La clave estuvo en los errores no forzados. Demasiados para el madrileño, que en ese capítulo triplicó los cometidos por Nadal: 25 por 74. En puntos ganadores, sin embargo, Verdasco duplicó el cómputo del número 1: 52 a 95.
Pero, sobre todo, en los puntos decisivos. Verdasco concedió 20 puntos de ruptura por sólo 4 de Nadal. Demasiados. El porcentaje dice que el madrileño es mejor, aprovechó la mitad, pero la estadística es engañosa. Uno ganará el 50% y el otro sólo el 20%. Pero el 50% es 2 y el 20%, 4.
Nadal va a llegar fundido a la final, pero tiene a favor dos cosas: su fantástico fondo físico y su ambición. Sería el primer español en ganar un grand slam, un hecho histórico. Pondría en su palmarés uno de los dos grandes que aún le faltan.
Pero en el otro plato de la balanza está la determinación de Federer de sobrepasar a Sampras en grandes ganados e, innegable, el maravilloso tenis que atesora.
1 comentario:
La semifinal fue más que épica. Impresionante, de verdad. Todavía no me creo que no hayan decretado porque sí que los dos se clasifiquen para la final y jueguen un partido a tres con el maestro Federer.
No vi a Nadal muy enchufado al principio, pero poco a poco se fue entonando. Me quedo con tu expresión, "la madre de todas las nadaladas", que define su partido.
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