lunes, junio 26, 2006

Herodes(a)

Juro que no recuerdo haber sido tan pesada en ninguno de mis dos embarazos. Llevo exactamente 35 semanas y media soportando las náuseas de una preñez que no es la mía. Igual exagero, de acuerdo: descontemos los días entre el coito y el resultado del predictor. No más de siete.

Náuseas por la mañana, a la hora del almuerzo, por la tarde … Exactamente las 9 horas de mi jornada laboral.

Náuseas explicitadas a los colegas del trabajo. Náuseas descritas a familiares. Náuseas narradas a amigos y conocidos. Náuseas detalladas a cualquier cliente o proveedor que se acerca al despacho o es tan imprudente de llamar por teléfono.

Debo tener ya varices esofágicas de tanto vómito.

Náuseas, para más coña, paternas.

El padre moderno –presunto y todavía futurible en estos momentos- no tiene otro tema de conversación más que el nasciturus. ¡Ni siquiera el misterio sobre el peso de Ronaldo es capaz de sacarle de su monotema!

He asistido a la compra de la cuna, el cochecito, la silla para el coche, la canastilla … varias veces, una por cada llamada telefónica que ha recibido o efectuado en las últimas 38 semanas. Sé de memoria todas las características, ventajas y utilidades de cada objeto infantil.

El ínclito embarazado, además, se busca aliadas. Ha localizado a todas las preñadas de la empresa e intercambia información, opinión, sensaciones, datos, cotilleos, rumores … a lo largo del día. Las embarazadas, las muy cretinas, se sienten halagadas con esa supuesta preocupación y le dan cuerda, cuando él lo único que quiere es reafirmar su virilidad: VOY A SER PADRE

Y no un padre cualquiera, vivedios: PADRE DE UN VARÓN.

No tengo escapatoria. Me tocará soportar el parto; la salida del hospital; la primera meada, la primera mierda … la primera sonrisa, el primer balbuceo, el primer diente.

Empiezo a desarrollar el síndrome de Herodes por transferencia: matar al padre.

De momento, los auriculares de la iPod me acompañan en todo momento. Marilyn Manson mObscene.

También puedo cerrar la puerta del despacho, pero me parece una grosería.

Soy consciente de que no estoy sola en mi lamento. Otros compañeros están también hastiados de este monólogo interminable, pero disimulan mejor (Un día cualquiera en Texas en la iPod y sus cinco niños degollados, claro) o son mas tolerantes o, sencillamente, no tienen ganas de bronca.

Bueno, no disimulan tanto, aunque son tan sutiles que el empecinado padre no se da cuenta: “Seguro –afirma una compañera- que será tan guapo como el padre y tan inteligente como la madre”.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Alarma! ¡Alarma! ¡Achtung! ¡Peligro! ¡Nos invaden los nasciturus! ¿Qué extraña demencia se ha apoderado de nuestra sociedad? ¿Qué nuevas y disparatadas creencias nos hicieron cambiar de opinión?


¿Por qué volvemos a procrear como conejos? ¿Será el aburrimiento? ¿Será el espejismo de una nueva bonanza económica? ¿Será que se avecina una gran tragedia para la humanidad? ¿Será un nuevo virus ideado por los más carcas? Estoy alarmado. Yo mismo (inconcebible) he estado a punto de lanzarme a la paternidad con una manta liada a la cabeza.


Desde que soy tio (de pariente) me acuesto con peluches y sonrio con tierna sinceridad a los nasciturus. ¡No sé qué me ocurre! ¡Socorro! Antes aborrecia a esos pequeños golums arrugados, chillones e inoportunos. Ahora me atraen fatalmente. Mi hermano, que ha sido padre, fue más discreto y comedido en sus emociones (es de familia) y apenas manifestó el desbordamiento de verse responsable ante esa criatura “hermosa” y digna de los mayores elogios.


Yo fui a su casa con un peluche que compré en el rastro y el nano no parecia prestarle demasiada atención. Es de esos que llevan hilos atados a sus extremidades y se mueven. Estoy seguro de que sus papas han jugado más con el peluche que el pitufo. Quizás aquí está la clave del enigma Alicia_Lidell. Los padres recobran las sensaciones de su infancia (entre ellas la de entusiasmarse por algo) y necesitan transmitirlo a los demás. De ahí el coñazo de tu compañero con sus inagotables retahilas paternales.


No me atrevo a aventurar otras hipótesis menos simpáticas. La mamá del nano me preguntó si yo queria ser padre. Mi respuesta fue contundente: ¿Yo? ¡Si soy un inconsciente! No se me ocurrió ningún otro motivo para negarme asi que podría caer sin dificultad en la tentación de convertirme en padre. Un poco más de consciencia (a traves de algún dolor real o imaginario) y entraré en trance paternalista.

Miguel Sanfeliu dijo...

Alicia, muy bueno tu post. Muy divertido. Creo que todos debemos conocer a alguien así. Hay que tener paciencia. Hay gente que no cuenta nada y un día te dice: "por cierto, me casé ayer", ante lo que los compañeros de despacho sólo podemos responder: "Ah, pues enhorabuena, supongo". Y otros que lo cuentan absolutamente todo, llegando algunos incluso a extremos que causan, por llamarlo de algún modo, pudor ajeno.

Y, por cierto, ¿escuchas a Marilyn Manson? ¿No es un poco fuerte?

Y, sobre lo que dice Ispahan, es cierto que la paternidad te da la oportunidad de recobrar algunas sensaciones de la propia infancia que ya tenías olvidadas.

Un abrazo.

Alicia Liddell dijo...

Tengo un oscuro pasado punk gótico :)

Es broma. Algún día hablaré de mis fobias musicales.