“Hill Street Blues” tuvo la chocante traducción en España de “Canción triste de Hill Street”. La sintonía alcanzó la popularidad de “Misión Imposible”, por lo menos. Sigue en mi cabeza esa introducción al piano. La sintonía de Hill Street se complementaba con otras omnipresentes: el sonido del teléfono y de las sirenas.
Hill Street revolucionó las series policiacas, hasta aquel momento basadas en la tópica pareja de policías. Aquí el protagonismo era de la comisaría y cada uno de sus integrantes. Una comisaría situada en una ciudad innominada, que podría ser Chicago o Nueva York o al menos a mí así me lo parecía. Una ciudad con inviernos polares y veranos tórridos. Una comisaría donde todo tenía un cierto aire de decrépito (miren ahora esos aparatosos laboratorios de CSI Miami, pongo por caso), donde casi oías a las carcomas fagocitar la madera de las mesas.
La serie tenía sus códigos. Siempre empezaba igual, con la reunión en la que el sargento daba el parte de novedades, parte que siempre concluía con una frase que se convirtió en seña de identidad: “Tengan cuidado ahí fuera”.
El protagonismo, digo, estaba repartido. Los patrulleros y los detectives tenían la misma importancia y cada personaje tenía un perfil bien definido, todos ellos bajo la mirada falsamente distante del capitán Furillo.
Bruce Weitz, por ejemplo, era el detective que se mezclaba con los indigentes, con una indumentaria apestosa y un carácter irascible que preludia al Toby Siegler de “El ala oeste”. James Sikking daba vida al teniente, a cuyo cargo estaban los patrulleros, un tipo atildado, con mentalidad del militar que había sido. Michael Conrad era el paternal sargento siempre de guardia. Kiel Martin daba vida al guaperas de la comisaría y Charlie Haid al imprevisible Renko.
También fue una de las primeras series en las que las mujeres tenían un papel decisivo. Ahí estaban la ex mujer de Furillo, papel interpretado por la entonces esposa de Steve Bochco; Betty Thomas como la patrullera que todos querrían por compañera y la bella Veronica Hamel como la abogada de oficio que trata de poner en la calle a los delincuentes que con tanto trabajo detienen los policías, con el morbo añadido de ser la amante de Furillo.
La comisaría de Hill Street estaba ubicada en un barrio pobre, con bandas de delincuentes que, en ocasiones, se convertían en aliados coyunturales. La frontera entre el bien y el mal, entre delincuencia y ley se diluía con negociaciones y alianzas puntuales.
Un barrio pobre, con sus tiendas, sus traficantes, sus prostitutas, sus drogadictos, su violencia doméstica, sus borracheras ...
La serie encumbró a Steve Bochco, su creador, como una de las mayores estrellas de la televisión. Posteriormente lanzó otras series de gran éxito como “La ley de Los Ángeles” –revolucionando de nuevo las series de abogados- la magnífica “Policías de Nueva York” y “Murder One”.
4 comentarios:
No sé si es un off topic como la copa de un pino, o una morcilla, o si en realidad viene al caso, pero...
... aunque jamás vi esta serie (por entonces uno era fan de Espinete), me he acordado de una canción de Los Chanclas, Canción mora de Jil Estrí.
Impagable, sí, pero ahora no hay quien me la quite de la cabeza.
Ya te pasaré la factura de los gelocatiles, Alicia.
Sin duda, la mejor serie policíaca. Allí, los "buenos" tenían sus debilidades y eran capaces de fallar.
Un abrazo
Esta clar que la serie triunfo gracias al nombre del productor. Cuando lo veia aparecer en los creditos no se si era el que ponia el dinero o bien era uno de los policias. Entrañable, en cualquier caso.
Una vez más: qué buena era.
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