Junto a la sala de equipajes comunicamos a una compañera que nos vamos a hacer turismo.
Cogemos un taxi para la estación, compramos los billetes y salimos a nuestros destinos.
Sospechamos que el resto de la expedición se va a mosquear.
En Florencia dejamos el equipaje en consigna y desde la estación nos dirigimos al Ponte Veccio, pasando por delante de Santa Maria Maggiore. De ahí a la plaza de la Signoria y a la Santa Croce. ¡Qué barbaridad! Sólo la plaza ya merece la pena. Aunque nos apuramos, tardamos casi dos horas en recorrer la iglesia y sus dependencias. Como casi todo en Florencia -o en Italia- está en obras y el altar mayor está ocupado por un andamio.
La Santa Croce es lo más parecido al panteón de hombres ilustres. Los muros están poblados de los monumentos funerarios a Dante, Galileo -cuyo cadáver escondieron los monjes durante una temporada-, Miguel Angel, Rossini, Maquiavelo ...
Tumba de Rossini
Tumba de Miguel Angel
Tumba de Maquiavelo
Tumba de Galileo
Tumba de Dante
Luego al Duomo, por supuesto invadido de turistas. No me quejo, estoy en el grupo.
Recorremos la calle más lujosa de Florencia, repleta de tiendas en las que nos quedamos pegados como críos en un puesto de golosinas.
Para ellas, mucho charol negro en Prada, Ferragamo, Fendi, Etro ...
Nos dirigimos de nuevo a la estación. Como bobas nos damos cuenta que hemos dado una vuelta de más de dos kilómetros para un trayecto de 300 metros entre el Duomo y la estación.
Recogemos el equipaje, compramos los billetes y al cabo del rato estamos camino de Módena.
En el trayecto llamamos a una compañera que no nos coge el teléfono.
- Está cabreada, fijo.
Hablamos con Nico que también está de regreso y quedamos en la estación.
Llegamos a las 10 de la noche al hotel:
-¡Ya estamos aquí!
La recepcionista se parte de risa:
- No sé si me quedarán tres habitaciones. Una sí, ¿se arreglarán?
- No, que éste ronca.
Tras el registro nos vamos a cenar a la Osteria del Pomodoro, detrás del hotel.
Pedimos tres cervezas y nos informan que son de 3/4 de litro.
- Pues primero una, después otra ...
La camarera aparece con una botella similar a las de cava, quita la chapa y golpea el culo con el abridor.
Estamos estupefactos ante el maltrato al que somete al recipiente.
Pero vemos que una espuma cremosa y blanca sale por la boca.
Es una cerveza artesanal, fermentada en botella. Está turbia, pero es excelente, un poco más amarga de lo normal y refresca inmediatamente.
Cenamos estupendamente y nos vamos a dormir.
Al día siguiente, en el desayuno, el jefe me recoge y me afea nuestra conducta. No doy excusas, no las tengo, qué demonios. Hemos actuado con premeditación y alevosía.
Lo que le fastidia es que a él le hubiera encantado venirse con nosotras. Incluso sugiere que otro año lo hagamos. Pero lo que nos apetecía era la escapada, no ir en plan de excursión escolar, que es lo que parecemos cuando vamos todos en comandita.
Y empieza el primer día de trabajo duro.
5 comentarios:
Yo hubiera hecho exactamente lo mismo. No soporto viajar en grupo, como mucho 2-3 personas y aún así con cuidadito. Que se aguanten. Hace tiempo que aprendí yo también que acoplarse al ganado trae más desventajas que ventajas.
En Florencia tuve yo un momento especial, una noche en que por circunstancias de la vida me la pude patear solita hasta el amanecer. Pero esa es otra historia (que ya contaré). Una gran ciudad, sin duda.
Decía Addison que "algunas veces hay que dejar que el espíritu se solace para que al pensar se haga más presente a sí mismo"
Alicia, fue lo mejor que pudieron haber hecho, no tenga duda alguna ni se arrepienta. En su lugar, hubiese hecho lo mismos. Que le sean leves los días de trabajo. Saludos!
Algo parecido hice yo cuando aproveché siete horas (de margen entre trenes) en Barcelona para correr a la Sagrada Familia y volver a pateármela rincón a rincón.
Y lo volvería a hacer, qué leches.
Es Vd. sabia, señora Liddell.
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