En su afán de fomentar la sociedad civil y las relaciones humanas, diversos organismos oficiales, con el patrocinio de importantes empresas, han emprendido una serie de acciones que están obteniendo un éxito incuestionable. Concretamente se había observado que, a pesar de la masificación que sufren los aeropuertos, no se establecían relaciones entre los usuarios de los mismos.
La gente no habla entre ella, no se comunica y esta ausencia de interactividad convierte a estas instalaciones –tan utilizadas hoy día- en sitios deshumanizados y fríos.
El programa que Aena ha puesto en marcha se basa en la observación del comportamiento y la creación de estímulos destinados a cambiarlo. Así, si una persona está esperando embarcar en su vuelo y éste sale a su hora, se mantiene en su burbuja personal realizando individualmente diversas actividades: lee el periódico, juega con el móvil, teclea en el portátil, pone al día la agenda de la pda, duerme, mira los monitores .... Nada que implique la participación de los que le rodean.
Aena ha observado que para que esos individuos interactúen precisan de un objetivo común. Si se anuncia un retraso en un vuelo casi de inmediato empieza a oírse murmullos: “Otra vez”. Estos murmullos son escuchados por los que se encuentran en los aledaños que suelen contestar: “Pues la semana pasada estuvimos esperando tres horas el vuelo de Vigo”.
Cuando pasa media hora y no hay nuevas noticias, siempre hay alguien que se acerca al mostrador de la compañía a recabar información. Vuelve con noticias desalentadoras:
- Pues el vuelo a Ibiza lleva tres horas de retraso.
Una hora más tarde el panorama ha empeorado. Los monitores anuncian una demora de cuatro horas. En el mostrador de información siguen sin proporcionarla, pero, eso sí, empiezan a repartir hojas de reclamación. La gente empieza a mirar a los que las rellenan:
- Y usted, ¿qué ha puesto?
Se globaliza la protesta. Casi se podrían fotocopiar y así se ahorrarían tener que caligrafiar los mismos motivos de enfado.Uno regresa con un ticket que le permite tomar un“lunch” (dice el papelillo) en la cafetería cercana. Le dejan ir. Cuando vuelve preguntan:
- ¿Y qué te dan?
Una vez valorada la oferta, los pasajeros se proveen del milagroso papel y van haciendo cola en el selfservice.
- Pues el entrecot tiene buena pinta.
Tanta gente con hambre al mismo tiempo colapsa las mesas del local. No queda más remedio que compartirlas.
- ¿Le importa que me siente aquí?
- No, hombre, por supuesto.
- Vaya faena, ¿eh?
- No me cuente, esta semana ya me han dejado tirado en Barcelona.
- Es que no tienen vergüenza.
Las anécdotas se suceden y empiezan a ponerse en común entre el pasaje. Por supuesto, no faltan niños de corta edad que dormitan en brazos de sus sufridos progenitores y niños más mayorcitos que vienen de una excursión escolar con sus profesores. Los niños alborotan, están hartos y sus cuidadores agotados de intentar mantener el orden. Renuncian.
Los móviles empiezan a entrar en funcionamiento y trasmiten la situación a decenas de familiares que esperan en el aeropuerto de destino:
- Oye, vete a casa qué no sé a qué hora llegaremos.
- No, no, me espero.
- ¿Pero qué explicación dan?
- Ninguna, por megafonía dicen que son adversas condiciones meteorológicas, pero ni llueve ni truena ni nada de nada. ¿Ahí que dicen?
- El monitor asegura que llegareis en 15 minutos.
- Mira, aquí nos ponen la hora de salida a las 23:30.Vete a casa y cena. Ya cogeré un taxi.
- No, no.
- Que sí, yo te llamo cuando estemos embarcando, que no te puedes fiar.
- Nada –dice a su compañero de asiento- mi mujer que lleva desde las 7 de la tarde esperando.
- Es que no tienen vergüenza.
Esta será la frase más repetida. Se convierte en un mantra. La gente empieza a relajarse en los incómodos asientos de la terminal. Algunos buscan los puntos de fumadores. Se intercambian cigarrillos y mecheros. La megafonía entonces anuncia que el embarque se hará por otra puerta. El pasaje se levanta de sus asientos y recoge sus pertenencias. Se guardan los aparatos eléctrónicos y los papeles en las carteras y se dirigen todos a la nueva puerta, situada unos metros más allá.
El monitor –hasta entonces adornado con el logotipo de Aena- cambia por el de la compañía aérea, el número de vuelo y la hora de salida. Es buena señal, es el comentario generalizado. Ya van a embarcar. La gente forma una cola tan ordenada como sinuosa e interminable. 20 minutos más tarde nadie se ha movido un milímetro del lugar que ocupaba. Empiezan a cansarse de permanecer en pie y poco a poco se va deshaciendo la fila.
- ¡Pero si no hay nadie en el mostrador de embarque!
Efectivamente, no hay nadie.
Al rato llega una azafata de tierra. El pasaje vuelve a formar la cola. La empleada descuelga el teléfono, pero no habla con nadie. Repite la operación varias veces. Los pasajeros empiezan a preguntar qué pasa. La mujer dice que no sabe nada y que no logra contactar telefónicamente con la sala de operaciones de la compañía. El volumen de las voces sube de golpe:
- Esto es una vergüenza.
- Una falta de respeto –apostilla otra voz-
- ¡Nos tratan como a ganado!
Pasa el tiempo y, ¡por fin! Empiezan a recoger las tarjetas de embarque. Alguien de la fila advierte al resto:
- Ahí fuera no hay ningún avión.
Ahí afuera hay un autobús donde permanecen más de 15 minutos antes de que se ponga en marcha. El vehículo recorre toda la terminal y les deja en un lugar inidentificable en medio de la noche. Suben la escalerilla del avión. ¡Por fin van a despegar! Aprovechan los últimos instantes para llamar y anunciar que están embarcados, que es cuestión de una hora llegar a destino. El comandante se dirige al pasaje y empieza a contar una película de indios. Que si han salido con retraso de Tenerife, que no les daban la salida en Munich ...que lamenta mucho lo ocurrido, pero que ya está todo solucionado. ¡Ah! Y que la causa de la demora no son las condiciones meteorológicas, sino que en Barajas el sistema informático se ha ido al carajo.
A las 11:30 de la noche todo el mundo está con el cinturón abrochado, la posición de su asiento vertical y la mesita recogida. El comandante vuelve a usar la megafonía:
- Nos faltan ocho pasajeros que han facturado su equipaje. Esperaremos unos minutos y si no aparecen tendremos que desembarcar las maletas de la bodega.
- ¡La madre que les parió!
La exclamación ha sido espontánea y audible en toda la nave. Por fin llegan los abducidos que atraviesan todo el pasillo ante las miradas aviesas del resto del pasaje que, secretamente, les desean un cólico nefrítico de intensidad 9 en la Escala de Richter. Pero bueno, ya está todo solucionado.
- Tripulación –se oye por megafonía- armen rampas y cierren puertas.
- Rampas armadas y puertas cerradas.
- ¡Por fin!, se escucha como un suspiro.
Media hora más tarde siguen en el mismo lugar indistingible. El pasaje protesta porque no hay aire acondicionado. La gente se cabrea ruidosamente. Empiezan a sonar los timbres reclamando la presencia de la tripulación.
- ¡Señorita! Agua.
- Yo me bajo.
- Y yo
- Y yo
De nuevo, el comandante:
- Señores pasajeros, no sé qué ocurre. No puedo obligarles a permanecer en la nave. Si lo desean pido un autobús para que les deje en la terminal. Si tienen equipaje facturado, comuniquénselo a la tripulación para sacarlo de bodega.
Media docena de pasajeros se acogen al ofrecimiento del comandante. Se desarman las rampas y se abren las puertas. La gente va y viene por el pasillo, se acerca a la puerta para respirar aire fresco. El autobús no llega.
- El aeropuerto nos comunica –dice el comandante, a estas alturas ya de la familia, el pariente odioso que todos tenemos- que no puede mandar un autobús.
- ¡Me cago en sus muertos!
Ante la falta de noticias que anuncien un rápido despegue, el comandante opta por mantener la puerta abierta. Empiezan a formarse nuevas colas, esta vez para hacer uso de los minúsculos aseos.
- La torre de control –de nuevo la voz tan conocida como desconocido es el rostro del comandante- nos comunica que han perdido el plan de vuelo.
- ¡Me cago en sus muertos!
- La compañía está intentando hacer llegar de nuevo el plan de vuelo a la torre de control. Les aseguro que en 13 años de comandante jamás me ha pasado nada semejante.
- ¡Me cago en sus muertos!
Vuelven a ponerse en marcha los móviles.
- ¿Pero qué pasa?
- Nos tienen secuestrados
Hasta el recalcitrante grupo de escolares está agotado.Tras dos intentos fallidos, ¡por fin!, el comandante anuncia que:
a) El plan de vuelo ya está en la torre de control
b) El despegue será inmediato
c) Armen rampas y cierren puertas
Es la 1:30 de la madrugada. El avión se dirige a la pista de despegue. Tardan 10 minutos en llegar. En el trayecto alguien se pregunta:
- ¿Era plan de vuelo o plan de tierra? ¿Vamos a ir rodando hasta destino?
El pasaje saca sus últimas energías y se carcajea ruidosamente.
- ¡Muy bueno!
Tras una parada de algunos minutos, los motores empiezan a rugir. Ruedan por la pista, se levanta el morro y se nota el tirón cuando abandonan el asfalto. Están en el aire. Tres cuartos de hora más tarde aterrizan. Los fumadores ignoran la prohibición de fumar. Todos salen de estampía. Al otro lado de las puertas se agolpan familias enteras. Parece una romería. La gente se abraza como si los recién llegados fueran emigrantes. Incluso se abrazan los pasajeros entre ellos y los esperantes hacen lo propio.
Durante esas ocho horas se han forjado amistades indestructibles.
- Sé que al señor del pelo cortado a cepillo le han operado de un pulmón. El joven que ocupa un asiento dos filas más atrás está desesperado porque, precisamente hoy, era el cumpleaños de su mujer y no han podido celebrarlo juntos. La señora del otro lado del pasillo ha dejado a los niños con su cuñada. La pareja de más adelante todavía tiene 100 km. por carretera y no sabe si la compañía de alquiler de coches estará abierta. La gente a la que han ido a recoger ofrece su vehículo a otros pasajeros, ya que sólo hay tres taxis en la parada.
Lo dicho, se han reforzado los lazos que nos hacen sentirnos humanos. Gracias Aena.
2 comentarios:
Tan desesperanzador como irreal, pero igual de agudo y desternillante.
Tengo la suerte de no haber sufrido molestias en el proceloso mundo (ajeno a leyes del espacio y del tiempo) de los aeropuertos, salvo un retraso de dos horas en Estocolmo, donde menos se cabría imaginar.
Allí nos mandaron a una sala de espera, veinte chavales incomunicados y con dos pantallas de televisión. Las profesoras del intercambio se desentendieron; se durmieron, más bien. No nos daban razones para el retraso, y el malestar nos sumió en el silencio, atentos a las pantallas por si había más información. En vez de eso, vídeos musicales. Con interrupciones del logotipo de la compañía sueca que capturaban nuestra atención para desilusionarnos después, cuando sólo mostraban imágenes de maravillosos aviones y sonriente y nórdica tripulación.
Hasta que, cansado de todo, ante la enésima aparición del logo en el televisor, me dejé llevar por el sarcasmo:
- Y ahora, un vídeo de las cien mejores catástrofes aéreas -anuncié.
Las risas brotaron, histéricas. El personal sueco nos miró extrañados, como si fuésemos criminales destinados al cadalso. De ahí que en quince minutos nos comunicaran que podíamos embarcar.
Más que nada, para desembarazarse de los criminales, claro.
Bueno, pero lo consiguieron!.
Es que si uno no saca el lado divertido de estos pequeños acontecimientos acabaría con una úlcera de estómago del tamaño de un estadio olímpico.
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