lunes, julio 04, 2005

El dragón



Ha vuelto. No sé si es el mismo del año pasado, pues resulta difícil distinguirlos. Desafía las leyes de la física pegado a la pared. No sé por dónde ha entrado. Con el frío que hace rara vez se abren las ventanas y él no es precisamente rápido. O sí. No lo sé. Lo cierto es que nunca le he visto moverse.

Siempre está inmóvil. Hasta las minúsculas bolas negras de sus ojos permanecen quietas. Su piel adquiere un color amarillento que le hace casi confundirse con la pintura de la pared.

Cuando le veo grito: ¡Ha vuelto el dragón!. Las chicas, que ya están en la cama, asoman por la puerta de las habitaciones y con cara de sueño preguntan dónde está. Le dan un vistazo y vuelven a las sábanas.

Me gusta tenerle en casa. Dicen que da buena suerte.

A mí me producen ternura. Tan indefensos, tan pequeños y siempre habitando en lugares insólitos. Una vez encontré uno tan pequeño que era como mi dedo meñique. Parecía perdido. Se dejó coger y lo devolví al jardín. Ahora les dejo que campen por las paredes y los techos.

Me da tanta alegría verlo que busco el teléfono, a estas horas de la noche ya apagado, lo conecto y le hago una foto. Es el dragón de la familia. O quizás sea al revés, que nos haya adoptado él.
Repito la foto tres veces, me sale movida ya que no tengo un punto de apoyo. La última, aunque no es perfecta, la guardo. Puede servir.

Por la mañana ha desaparecido. No importa. Está en casa y cuando a él le venga bien volverá a dejarse ver. Quieto, como un bajorrelieve cincelado en escayola.

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