lunes, julio 04, 2005

Jornada de Bolonia a ninguna parte


JORNADA DE BOLONIA A NINGUNA PARTE, Y REGRESO, CON LA PANDILLA MÁS TONTA DE LA GALAXIA
¿A quién se le ocurre ponerse esos tacones? Respuesta obvia: a mí.
¿Razón? Caray, las italianas van de punta en blanco, profesionales, pero absolutamente fashion y no voy a ser menos.

Así que desde las 9 de la mañana a las 6 de la tarde he deambulado encaramada a unos tacones concebidos por una mente pervertida y misógina, cargada con varios kilos de papeles de un lado a otro de la demencial feria de Bolonia.

Los cuatro miembros del equipo de trabajo hemos quedado a las 6 de la tarde para regresar juntos al hotel y luego salir a cenar.

Un cuarto de hora antes de la cita me doy cuenta de que estoy exactamente en la otra punta, un kilómetro a pie –pobres pies, ya destrozados después de tantas horas- cargada con revistas, documentos y más papel .... ¿Pero no habíamos quedado en que estábamos en la era digital? Cierto, también llevo un montón de cd’s, pero la misma información que contiene el cd me la han entregado en papel ..... Diabólico.

No ando, me arrastro hasta el lugar de la cita. A medio camino una ráfaga de aire me levanta el vuelo del vestido. De nuevo me pregunto, ¿por qué este vestido? El escote me hace estar permanentemente preocupada por si deja ver más de lo que es decente o elegante y la falda se eleva a cada golpe de viento. Y encima los tacones.

Me cruzo con unos hombres mientras atravieso el inhóspito aparcamiento. Me miran, pero les devuelvo una mirada mezcla de ira y resignación y todos seguimos nuestro camino.

Al fin llego. Maitena me espera. Son las 6 en punto. Ambas nos quejamos de cansancio. Pasan 20 minutos. Los otros dos miembros de la expedición no aparecen. Después de algunas llamadas, Daniel da señales de vida y llega unos minutos más tarde. El cuarto elemento sigue en paradero desconocido. Llama a la 6,30 para comunicar que ¡se ha perdido!

¿Cómo es posible? Lleva 20 años visitando Bolonia .... y se ha perdido. Daniel entra de nuevo en la feria, le indica que se quede quieta y acude al rescate.

A las 7, por fin, el grupo está al completo y salimos a la caza de un taxi. Tras preguntar a vigilantes y policías –mon dieu, que uniformes se gastan- sabemos que la parada de taxis está ..... justamente, a la otra punta de donde estamos. De nuevo caminar un kilómetro, el mismo trayecto que he realizado hace una hora.

Cuando llegamos ...... hay un centenar de personas aguardando un taxi y ninguno a la vista. Los autobuses que bajan al centro de la ciudad pasan constantemente llenos. Paciencia, no pasa nada, tenemos reserva en un restaurante. Ya llegaremos.

Tras una hora y media de espera al fin nos llega el turno. En el trayecto hasta el hotel Daniel indica que no nos dará tiempo a llegar al restaurante que tenemos reservado. El cuarto elemento declina salir, dice no sentirse bien, así que iremos Daniel, Maitena y yo.

Mientras recogemos las llaves de las habitaciones, Maitena coge del mostrador de recepción un folleto de un restaurante. Sugiere que podemos cenar allí. Pregunta al recepcionista si está lejos y éste contesta que no, pero que hay que coger un taxi, no está cercano para ir a pie.

(Se me olvidaba, el hotel está exactamente en medio de ninguna parte y el único medio de locomoción es el taxi que hay que pedir previamente)

Pedimos un taxi, reservamos en el precioso restaurante, "Fresco" se llama, y subimos a ducharnos y cambiarnos de ropa. Media hora más tarde un estupendo Mercedes con un chófer guapísimo nos espera.

Subimos los tres y empezamos a recorrer carreteras comarcales. Al cabo de unos 10 minutos preguntamos si falta mucho y el chófer nos indica que aún unos 10 km, dado que el maldito "Fresco" está a 30 km. del hotel. Eso es cerca, según el criterio del recepcionista.

Daniel asegura que cenaremos fondue, porque ya debemos estar cerca de Francia .....

Llegamos. Efectivamente "Fresco" es un local precioso, por fuera y por dentro. Por dentro demasiado diseño vanguardista. La carta también es de diseño gastronómico y con unos precios que nos dejan aterrorizados. Daniel dice que ni de coña cenamos allí, que es una ruina. Nos tomamos una cerveza y salimos ... a la carretera.

Andamos por la cuneta, de noche. No sabemos ni qué pueblo es el que está más cercano. A unos 400 metros hay una finca iluminada. Maitena asegura que antes pasamos y vió que era un restaurante. Llegamos. Efectivamente, es un restaurante .... cerrado.

Medio kilómetro más de marcha. Vemos el luminoso de un hotel. Al menos intentaremos pasar la noche a cubierto. Los dioses se apiadan de nosotros: cuando llegamos un taxi libre abandona el establecimiento. Nos tiramos prácticamente sobre él y casi le imploramos que nos devuelva a nuestro alojamiento.

Daniel pregunta si conoce algún restaurante cercano a nuestro hotel, cercano de ir andando, aclara. El taxista, muy amable, dice que sí, que hay dos trattorias decentes.

Para en la primera y nos sugiere –es un taxista sensato- que baje uno de nosotros y pregunte si hay mesa, mientras espera, no sea que nos volvamos a quedar tirados en medio de la nada. Sabio consejo. No hay mesa.

Nos lleva a la segunda trattoria que milagrosamente nos acoge.

Pedimos, nos tiramos sobre el queso, la ensalada, la pasta, la cerveza, el pan ... todo lo que nos ponen sobre la mesa. Estamos hambrientos, cansados y muertos de risa.

Maitena –dice Daniel- ni se te ocurra coger nada más de encima de los mostradores. Y el periplo nocturno queda entre nosotros.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Mi admirada Alicia parece que se haya caído de un guindo o lo que sería mucho peor: de unos zapatos de tacón de aguja. Pero, mujer de Dios, si los zapatos esos como todo el mundo sabe no son para caminar, menos aún por una ciudad italiana ( suelen tener las aceras irregulares, al parecer, legado de las calzadas romanas) sino que su función en este valle de lágrimas es otro: augusta copa donde escanciar el cava celebrante de acontecimientos gloriosos.

Anónimo dijo...

Si algún día consigo no repetir las cosas se lo haré saber.